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A L E JA N D R O D E V IL L A L M O N T E 17 niendo de manifiesto la fuerza del Espíritu de Dios: Con palabras, hechos y con Espíritu (Rom. 15, 19; I Tes. 1, 5). El Espíritu, que es fuerza y poder de Dios, es la s e ñ a l más convincente de la autenticidad divina del mensaje que Pablo proclama ante el mundo: «Mi palabra y mi predicación no se ha hecho con la fuerza persuasiva de palabras humanas, sino con demostración de espíritu y de poder» (I Cor. 2, 5; Cfr. I Cor. 4, 20; 2 Cor. 10, 4; I Tes. 1, 5). Las credenciales de emba­ jador de Dios las lleva escritas Pablo «no con tinta, sino con el Espí­ ritu del Dios vivo» (2 Cor. 3, 3, 6 ). Su obra ministerial toda entera es un «ministerio del Espíritu» (2 Cor. 3, 8 , 18). Si Pablo es pregonero del Misterio del Padre en Cristo, lo es por que tal «servicio» le ha sido confiado a él por el Espíritu (Ef. 3, 5). El predicador es un «hom­ bre del Espíritu», según veremos. Pero, la fuerza del Espíritu tiene una manifestación tangible en cierto sentido: la trasformación del corazón de los fieles, cuya vida nueva, «espiritual», se convierte así en «señal» y testimonio a favor del apostolado de Pablo. Ya en los H e ch o s la difusión y crecimiento de la Palabra de Dios va unida indisolublemente a la difusión del Espíritu. La vida de ca­ ridad y oración que llevan los creyentes de Jerusalén es también un testimonio, una señal de la autenticidad divina de la palabra que se predica (Hech. 2, 42-47). En este contexto hay que entender la afirma­ ción de Pablo de que la «señal» de su apostolado la constituye la vida de los creyentes en „la fe, bajo la dirección del Espíritu: «El sello de mi apostolado sois vosotros», les dice a los corintios (I Cor. 1, 9, 2). Y «nuestra carta de recomendación sois vosotros, escrita en vuestros corazones, que es conocida y leída por todo el mundo; poniendo de manifiesto que sois carta de Cristo, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en corazones de carne» (2 Cor. 3, 2-3). Cuando tiene lugar un milagro sobre las fuerzas de la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los espíritus, se revela el dominio de Dios sobre la creación material. Por eso están íntimamente unidos los milagros a la implantación del Reino de Dios. Los milagros externos son una llamada a la atención de los hombres para ayudarles a des­ cubrir, a través del poder de Dios que transforma el curso externo de la naturaleza/, la fuerza más íntima y decisiva del Espíritu que opera en el interior; y pensar en el Reino de Dios que se enseñorea de los corazones de los hombres por la fe y la caridad. También la debilidad e insignificancia humana con que Pablo se presenta a predicar, es una señal de que el fruto se debe atribuir todo entero a la gracia de Dios. La predicación no es ninguna exhibi­ 2

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