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1 6 T E O L O G IA DE LA P R E D IC A C IO N E N S A N P A B L O Unida a esta autoridad está el p o d e r que de Dios recibe el enviado. En virtud de este poder, la palabra de Dios no sólo tiene eficacia crea­ dora y destructora en Dios mismo, sino también en la boca de sus enviados. Jeremías recibe poder para destruir, arrancar, edificar y plantar pueblos y naciones (Jer. 1, 4-10). Este poder que va implicado en la misión, se manifiesta en la eficiencia salvadora de la predicación, que comentaremos amplia­ mente más adelante. Finalmente, no podemos olvidar algo que toda misión divina lleva, como elemento inseparable e integrante: el pregonero, mensajero de la palabra debe estar dotado del poder de presentar «p ro d ig io s y s eñ ale s » de su misión divina. Para justificar esta afirmación podemos mencionar ya el ejemplo de Jesucristo y la importancia que los relatos evangélicos dan a los prodigios, milagros y señales como acompañamiento y justificante de su predicación sobre el Reino de Dios. Mateo dedica una sección entera de su evangelio a contar los prodigios que Jesús obró (Mt. 8-9) después de haber predicado (Mt. 5-7; Cf. Mt. 11, 2-5 par.). Las «señales» de Jesús tienen especial relieve e importancia doctrinal en el cuarto evangelio. La garantía suprema de que las palabras de Jesús son palabra de Dios está en que El hace también «obras» de Dios: los milagros y prodigios que el Padre ha puesto en sus manos (vgr.: Jn. 10, 25-38). Esta misma idea de unir íntimamente la predicación de la palabra de Dios a los «prodigios y señales», aparece repetidas veces en los H echo s. Jesús fue un varón aprobado por Dios con hechos y prodi­ gios (Hech. 2, 22). Cada uno de los más destacados «ministros de la palabra» cuya actividad se relata en los H e ch o s , aparece acompa­ ñado de «prodigios y señales» que el Señor les concede hacer para testimoniar el origen divino de la actividad misionera y provocar la fe de los oyentes (Hech. 6 , 8 ; 14, 3; 19, 11-12). Pablo es uno de los misioneros cuya actividad evangelizadora va acompañada de «pro­ digios y señales» (cfr. ibid. y 16, 16-18). Al hablar de su propia actividad como pregonero del evangelio, también Pablo hace alusión a las «señales» que la acompañan. Se gloría él de que por su ministerio han sido reducidos a la obediencia de Cristo los gentiles, «con palabras y hechos, por la fuerza de las señales y prodigios, por la virtud del Espíritu» (Rom. 15, 19). «Los rasgos distintivos de mi apostolado los habéis visto realizados en medio de vosotros: perfecta paciencia, señales, prodigios y mila­ gros» (2 Cor. 12, 12; Cfr. I Tes. 1, 5). Sin embargo, Pablo se fija menos en las maravillas exteriores, en milagros visibles, y subraya que las «señales» de su predicación son algo más íntimo: El predica po

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