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A L E JA N D R O D E V IL L A L M O N T E 15 pensa, pero, si lo hago por fuerza, es como si ejerciera una adminis­ tración que me ha sido confiada» (I Cor. 9, 16-17). La actividad misio­ nera, su apostolado lo ejerce Pablo «según el mandato» que le ha impuesto el Señor Jesús Cristo (I Tim. 1, 1; 2 Tim. 1, 1; Tit. 1, 3). La más importante y cargada de consecuencias entre las cualidades de la misión, es el que ésta revista al enviado de la «a u to rid a d de D io s ». Tener la «autoridad de Dios» es tener en si mismo los poderes de Dios. Dios es la fuente originaria de toda autoridad, ya que El tiene el poder absoluto e irrefrenable, sin responsabililad más que ante Sí mismo. Nadie se puede oponer a El. Su voluntad es creadora de todas las realidades y de todos los derechos, de toda norma de mo­ ralidad. Por lo que se reñere a las relaciones religiosas entre el hombre y Dios, toda la autoridad y poder que Dios tiene sobre el hombre lo ha puesto el Padre en manos de Jesús, su Siervo, su plenipotenciario, su «Hijo». La filiación de Jesús se revela, ante todo, en que en cual­ quier momento colabora y es co-ejecutor de la obra de salvación con el Padre. Por eso toda la actuación de Jesús, el Enviado del Padre, está llena de «autoridad». En el ejercicio de esta plena autoridad envía a sus discípulos por el mundo (Mt. 28, 18), y perdona los pecados (Me. 2, 10 par.; Jn. 20, 23). L a p re d ic a c ió n de Jesús está especialmente realizada bajo esta «autoridad-poder» con que Dios le dotó al enviarle al mundo: «Y se asombraban de su enseñanza, porque estaba enseñando como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Me. 1, 22 par.). Ya en A. Testamento los enviados de Dios tenían conciencia de que hablaban con la autoridad de Dios. La obligatoriedad y exigen­ cias de fe y obediencia con que promulgan su mensaje se apoya en esta conciencia que tenían de hablar en nombre de Yahvé, con su autoridad y poder Así lo expresan frases como «esto dice Yahvé», «palabra de Yahvé», de que están llenos los sermones de los profetas. También en este punto el testimonio más explícito es el de Pablo. Su autoridad de apóstol era recusada en algunos ambientes. Ante los ñeles de Galacia manifiesta con firmeza la conciencia que tiene de hablar en nombre de Dios. De tal manera aunque un ángel del cielo anuncie otro evangelio distinto del que Pablo anunció sea ana­ tema, ya que el evangelio predicado por Pablo viene de Dios (Gal. 1, 8-17). Los fieles de Corinto, que le tenían por apóstol de segundo rango, hubieron de sentir los efectos de esta autoridad «que el Señor le dio para edificación y no para destrucción» (2 Cor. 10, 8 , 13). Dios, que le dio la misión, le dio también la capacidad y disposiciones nece­ sarias para ejercerla cumplidamente (2 Cor. 3, 5-6).

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