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1 4 T E O L O G IA D E L A P R E D IC A C IO N E N S A N P A B L O para apóstol y pregonero del Mensaje tiene una importancia especial. Y no sólo para el «apóstol» en el sentido teológico técnico, sino en relación a cualquier predicador del evangelio. Y la importancia está en que el predicador de Cristo no es únicamente un pregonero que proclama desde fuera la Buenanueva del misterio de salud, sino que al pregonarlo, con misión divina y con fidelidad, se ha incorporado él personalmente al Misterio como in s tr u m e n to re a liz a d o r del mismo. Pero, además de una donación y elección graciosa, la misión im­ plica un m a n d a to de Dios. En cualquiera de los pasajes bíblicos en que encontramos al en­ viado (profeta-apóstol), le vemos cargado con la llamada-misión de Dios como con un quehacer ineludible, una tarea pesada que Dios le impone, un imperativo moral que no puede rehuir legítimamente. En los «enviados» del A. Testamento se nos ofrece bien claro y dramatizado este aspecto de «mandato» con que se presenta la mi­ sión de Dios. Frente a este mandato ineludible del Señor, la realidad humana del profeta se siente débil y busca alejar de sí la carga, huye la aceptación del encargo. Oída en forma clara la voz de Dios que es mandato y precepto, el enviado percibe dentro de si un im­ pulso que le quita la libertad moral de obrar de otro modo. Dios le ha constituido en portador de un Mensaje y tie n e que pregonarlo. El primer gran enviado de Dios, Moisés, resiste su llamada hasta los límites de lo posible (Ex. 3, 11 ss.; 4, 10-17). También Jeremías se considera incapaz de trasmitir las palabras de Yahvé, como un niño que no sabe hablar (Jer. 1, 4-10). Ezequiel necesitó que Dios le quitase el miedo a hablar como enviado suyo a un pueblo de rostro altanero y de frente dura (Ez. 2-3; 3, 1-9). El caso de Jonás huyendo de Dios para «evitar compromisos» es aleccionador en este punto (Jon. 1-4). Jesucristo mismo nos habla continuamente del «mandato» del Padre, que El no puede eludir, aunque le cueste la vida. El Espíritu del Señor le impulsa a predicar y no puede hacer otra cosa (Le. 4, 14-19). San Juan nos habla frecuentemente del aspecto de m a n d a to con que la misión del Padre se ofrecía a la conciencia mesiánica de Jesús (Jn. 14, 31; 17, 4). Porque ¿cómo iba El a dejar de beber el cáliz que el Padre le había mandado beber? (Jn. 18, 11; 10, 17 ss.). En los Hechos de los apóstoles los Doce tienen una conciencia bien segura de haber recibido un m a n d a to de Dios y de su Maestro para pregonar la buena nueva de Salud. No les intimidan las persecucio­ nes, porque «es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hech. 4, 19-20; 5, 29). Finalmente, merece recordarse el testimonio de Pablo que sentía el mandato de Dios en forma tan viva e ineludi­ ble: «porque evangelizar no es para mí gloria, sino necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizare! Si de mi voluntad lo hiciera tendría recom

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