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12 T E O L O G IA D E LA P R E D IC A C IO N E N S A N P A B L O impresionante teofania y donde la m is ió n se ofrece enraizada en mis­ terio del Dios Santo: «Y oí la voz del Señor que decía: ¿a quién enviaré y quién irá de parte nuestra? Y yo le dije: heme aquí, envía­ me a mí» (Is. 6 , 8 ; cf. 1-13). Bajo el mandato de Yahvé el profeta Ezequiel se come un rollo escrito por detrás y por delante con las palabras de Dios. Desde entonces las palabras que salen de la boca de Ezequiel son también palabras de Dios (Ez. 2, 1-9; 3, 1-27). Los profetas del N. Testamento también son «enviados» por Dios. El Bautista recibió la palabra de Dios en el desierto para empezar a pregonar su mensaje (Le. 3, 1-9, par.). Jesús también recibe misión para su actividad evangelizadora el día de su bautismo (Md. 1, 9-13, par.). Por lo demás la m is ió n de Jesús, su carácter de «enviado» del Padre es uno de los grandes temas del cuarto evangelio. No es nece­ sario detenernos en él (Cf. Jn. 5; 7). San Pablo se vio precisado a d e m o s tra r su misión divina y con ello a poner las bases de una teología de la misión. Se preocupa seria­ mente en dejar constancia de que él habla siempre como enviado, embajador, heraldo, ministro y administrador de los bienes de Cristo. Así actuaba él y eso quería que viesen los hombres en él y ninguna otra cosa más: «Que se nos mire, pues, como servidores de Cristo y dis­ pensadores de los misterios de Dios» (I Cor. 4, 1). Se comprende que el hombre no pueda anunciar la salvación sin una «misión» de Dios. La salvación viene de Dios y por eso ningún otro puede darla ni proclamar la venida de Dios al mundo más que aquel a quien El escogió para su instrumento y heraldo de su gesta sal­ vadora, mediante el fenómeno religioso que llamamos «misión». El misterio de salud que estaba desde la eternidad en el corazón del Padre (Ef. 3, 1-13; Col. 1, 24-29), pasa ahora a los labios humanos y se trasforma en Kerigma de salud. El punto de enlace entre la palabra que era decisión, voluntad amorosa de salvar, y esa misma palabra que ahora resuena en los oídos humanos y se difunde, lo constituye la «misión». Si miramos las cosas desde Dios, la misión es la exigencia íntima que la palabra salvadora de Dios (la decisión amorosa del Padre) tiene a ser proclamada y por ello a donarse a los hombres para quienes fue pronunciada desde la eternidad. Si miramos la «mi­ sión» desde el hombre que la recibe, no es ella otra cosa que encon­ trarse asumido por Dios como instrumento que ha de comunicar a los hombres la gracia de la salvación.

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