PS_NyG_1964v011n001p0105_0117

E Ü S E B IO G . DE P E SQ U E R A 113 lutamente convincente: el querer de Dios. Dios lo ha querido así, y no hay más que hablar. Dios es quien tiene derecho a todo. De su voluntad, gustos y nor­ mas pendemos en absoluto todos los seres; y más especialmente cuan­ do se trata de orden, perfección y belleza... Por consiguiente, nadie podrá ser justo y cabal según su propio criterio, sino conforme al cri­ terio de Dios. Nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto: Jesucristo» (I Cor. 3, 11). Sabemos por la Revelación que Dios, Principio y Fin de todo, Plenitud de todo y además Padre que está en los cielos, sólo ha que­ rido complacerse de lleno en un único ser distinto de Sí: su Hijo humanado Por consiguiente, nadie podrá estar a sus ojos bien hecho, nadie ser de su gusto, si no reproduce de alguna manera el perfil y estilo del Unico que le satisface. Nada extraño que las cosas hayan de ser así, teniendo en cuenta lo que Cristo es para el Padre o en los planes del Padre: «Irradiación esplendorosa de su gloria y expresión de su propia sustancia» (Heb. 1, 3). «En El habita la plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col. 2, 9). «Todas las cosas han sido creadas por El y para El. El es antes que todo..., y en todo ha de tener El la primacía» (Colosenses, 1, 16-18). «Uno es el Mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús» (I Tim. 2, 5). Finalmente, en El está el centro y la clave del GRAN MISTERIO: «el misterio de la voluntad del Padre..., dispuesto para ser realizado en la plenitud de los tiempos, y el cual consiste en RECAPITULAR (instituir en orden de belleza), TODAS LAS COSAS EN CRISTO, tan­ to las del cielo como las de la tierra» (Eph. 1, 9-10). ¿Cómo el Padre no ha de tener en Cristo todas sus complacencias? Para El, Jesús lo es todo. Y en consecuencia, no puede existir ante El otro ideal de perfección y belleza que este «Hijo de su amor», como, con frase feliz, le llamó San Pablo. Y si nosotros queremos «complacer» al Padre, ha de ser a base de mostrar ante sus ojos el mayor parecido posible con su Predilecto. Ni podemos soñar con otro ideal de perfección que el de conformarnos a su imagen ’■B. 12. M t . 3, 17 y 17, 5. 13. Y o m e p re g u n to si e n tre los cristian os n o se h a b rá deslizad o, a veces, u n ti­ p o de a scética d e m a sia d o «sa b ia » y estu d ia d a, con im p resio n a n tes tra ta d o s de las v irtu d es m ora les, n o p o ca s cita s de S é n eca o M a r c o A u relio (que fá c ilm e n te d e ja n u n n o sé qué d e sa b o rcillo a n a tu ra lism o e s to ic o )... d escu id an d o qu izá, h a y que la­ m e n ta r lo , lo d e l «co n fo rm e s fieri», en qu e d eb em os en co n tra r la su p rem a n o rm a tod o s lo s «lla m a d o s». 8

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz