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114 J E S U S , ID E A L DE H O M BR E P E R F E C T O Quizá este ideal no entusiasme gran cosa a bastantes espíritus, porque también aquí tiene vigencia lo de «abscondisti haec a sapien- tibus et prudentibus» (Mt. 11, 25); pero, nosotros debemos felicitarnos a pleno latido de que nuestro «destino» sea precisamente el de pare cemos a Jesús. Nunca entenderemos bastante la maravilla de realidad humana perfecta que en El hay, que El es (en su dimensión humana precisa mente nos interesa contemplarle ahora). «Perfectus Deus», sí, le can ta el litúrgico Symbolum Athanasianum; pero también «PERFECTUS HOMO». El Hombre acabado, el Hombre rigurosamente perfecto, el Hombre en su más deslumbradora plenitud ll. La humanidad alcanzó en El la cúspide; la naturaleza humana floreció en El con total her mosura; todo lo que esta naturaleza nuestra, tan averiada en nos otros, tiene de suyo, y por tanto bueno, no viciado, obra de Dios, dio en El la suprema fructificación. Y de su plenitud hemos recibido todos (Jn. 1, 16). Tenemos que estar siempre recibiendo. Sólo los que de El reciben, serán colmados; sólo los que a El se asemejan, serán perfectos. Cualquier otro ideal o tipo de perfección que intente suplantar a éste, resultará tan mez quino, que no podrá ser tomado en serio. ¿De qué otro hombre podrá nunca decirse: «Todo lo hizo bien»? (Me. 7, 37). A pesar de haberse «anonadado», metido en «figura de siervo», humillado hasta lo indecible (Fil. 2, 7), destellaba en El una tal superioridad, de ser espléndidamente constituido —en el que todo alcanzaba perfección— , que sus discípulos acompañantes vivían cons tantemente en atmósfera de asombro. San Juan lo recordaría siem pre con verdadera emoción: ¡sus ojos habían contemplado al Verbo de la vida! (I Jn. 1, 1), ¡contemplando la gloria del Verbo hecho car ne, lleno de gracia y de verdad! (Jn. 1, 14). Este deslumbramiento que producía Jesús no puede entenderse adecuadamente sin tener en cuenta su personalidad divina; pero es evidente que se apoyaba de lleno en su impar culminación humana. Si el viejo Sócrates andaba tras de la «virtud» de cada uno, en Jesús nos asomamos al «abismo de todas las virtudes» 15. 1 4 « N o se pu ed e olv id a r qu e E l m ism o se h a lla m a d o «el H ijo del H o m b re », d e sig n a ció n qu e, v ista en su in tegrid a d , im p lic a a lg o m á s qu e u n a ex p resió n de la M e sia n id a d , p ro p ia del m u n d o lin g ü ístico de los P ro feta s. J esu cristo es h o m b re con ta l a u sen cia de reservas, com o n in g ú n otro p u ed e s e r lo ; p u es rea liza r la h u m a n id a d com o E l lo h izo, s ó lo era p o sib le a q u ien era m á s qu e h o m b re ». R o m ano G u a r d in i, La realidad, humana del Señor, T r a d . de José M .* V a lv erd e. M a d rid , E d . G u a d a rra m a , 1960, p. 17. 15. In v o ca ció n de la s L e ta n ía s d el S d o . C o ra zó n de Jesús.
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