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N O T A S Y C O M E N T A R IO S JESUS, IDEAL DE HOMBRE PERFECTO Célebre y archiconocido es el comienzo de los libros de metafísica de Aristóteles: «El hombre, por naturaleza, tiene afán de saber». Dicho de otra forma: de nuestra más honda entraña nos salen las ganas de enterarnos, de conocer lo que nos rodea, de estar al tanto, de saber a qué atenernos... Pues creo yo que tan verdadera e indiscutible como esa afirma­ ción que abre la puerta a la metafísica, es esta otra, que el Esta- girita podía haber utilizado para encabezar la Etica: «Todo hombre, por naturaleza, tiene —debe tener— afán de perfección». ¿Qué es perfección ? El estado de las cosas u obras que han llegado a donde debían llegar. Es su misma etimología la que nos habla de «acabamiento», «remate», «conclusión». Sólo tenemos algo verdade­ ramente «perfecto», cuando lo tenemos hecho del todo: acabado, re­ matado, completo. A cualquiera se le ocurre preguntarse ahora: ¿No vendrá de una honda necesidad de plenitud, nuestro mismo afán de saber? Es cu­ rioso el verbo que empleamos en castellano para significar el acto de llegar a conocer: «enterarnos». El hecho de saber ya lo que antes excitaba nuestra curiosidad, nos hace estar «enterados», es decir, más enteros, completos. El lenguaje corriente va dando así la razón a la filosofía, según la cual todo conocimiento nos perfecciona, lo que quiere decir que nos hace más llenos o cabales. Teniendo en cuenta el hondo sentido de la perfección, debemos afirmar que ésta es imperiosamente buscada y exigida por la natu­ raleza; y lógicamente, antes que por ella, por el mismo Dios. En cuanto a lo primero, resulta elocuente la observación de la ley del vivir. ¿Cómo empiezan todos los seres vivos, y cómo van siendo? Empiezan en poca cosa; y luego, para ellos vivir es un continuo progresar (si algún obstáculo no lo frustra) hacia la plenitud del «ser» que les corresponde. Aún no se ha conseguido una rigurosa definí-

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