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F E L IC IA N O DE V E N T O SA 89 saco de hierba, pendiente del extremo de la vara de dicho carro. Todo el esfuerzo del asno por llegar a comer del saco tiene por efecto hacer avanzar el carro y juntamente con él la vara de la que pende el saco de hierba que permanece siempre a la misma distancia del asno» a. En la interpretación metafísica de esta imagen Sartre afir­ ma que el saco de hierba, atado a la vara del carro, es el s e r -en -s í al que intenta captar, aunque inútilmente el ser-pa ra -sí, figurado en el asno, quien, más estúpido que nunca, no toma conciencia de la imposibilidad de lograrlo. Este ser-pa ra -si, tan toscamente figu­ rado en el asno, es el hombre buscando la imposible coincidencia con el se r -en -s í. La antigüedad clásica nos representó a Tántalo sufriendo de sed en medio de un río, cuyas aguas huyen cuando él acerca sus labios, y sintiendo hambre debajo de un árbol cargado de fruta, pero cuyas ramas se alzan cuando alarga su mano para cogerla. Este suplicio de la literatura clásica no sólo es más noble. Tiene además un sentido mucho más transcendente, pues que al fondo de estas imágenes se entrevé al Dios justiciero que hace que las aguas se retiren y que el árbol levante sus ramas. Por el contrario; en la imagen vulgarota de Sartre es el propio asno el que en su estupidez empuja al saco de hierba para él mismo no lo alcance. Ante esta panorámica tan humillante del destino humano es para meditar si la humanidad no ha llegado a un momento de máxima depresión. Sabemos que esta filosofía es la de una minoría que de­ searíamos fuera insignificante. Mas en su insignificancia señala una posible dirección que la humanidad sana y recta debe combatir avi­ sada y vigilante. Admitamos que es un colmo en el campo del absurdo. Pero, es posible que muchos de nuestros contemporáneos se hallen ya a medio camino. Un ambiente de desgana, de inapetencia para los mejores valores del espíritu pudiera conducir hacia esta menta­ lidad que asesina en el hombre toda idea noble. Y que, sobre todo, apaga la fúlgida estrella de luz, la celeste ESPERANZA. En un mun­ do desesperanzado bien pudiera ser Sartre su filósofo. Perdónense estos comentarios éticos, pero ellos preparan la última de nuestras reflexiones. 23. L’ètre et le néant..., p. 253.

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