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B E R N A R D IN O DE A RM ELLAD A 59 En las cartas de la cautividad Pablo dará a su expresión de que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, el sentido de plenitud o pleroma, en cuanto significa la zona de expansión del cuerpo glorioso del Señor, que es principio de vida divina para todos los cristianos. Aquí le viene a San Pablo la idea de llamar a Cristo Cabeza de la Iglesia. Es una manera nueva de expresar la unidad: Cristo es «la cabeza, por la cual el cuerpo entero, alimentado y trabado por las coyunturas y liga mentos, crece con crecimiento divino». Así escribe a los Colosenses (2, 19) y de manera casi idéntica a los Efesios (4, 16). La idea del cuerpo expresa bien la conexión de las partes dife rentes. No basta que se yuxtapongan. Tienen que colaborar vital mente. Mas para esto se requiere un elemento nuevo: el Espíritu. Y este elemento máximo de unidad, que es el mismo en cada parte del cuerpo, no podía faltar en la comunidad de los cristianos, y cons tituye como la quintaesencia —aunque no sea un aspecto original— de la teología paulina de la unidad. Es por el bautismo «en un solo Espíritu» por lo que constituimos un solo cuerpo (1 Cor. 12, 13). Es por el Espíritu por quien tenemos la auténtica vida en Cristo. El Espíritu da testimonio de que somos hijos de Dios, coherederos de Cristo (Rom. 8, 16-17). «Porque los que son movidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios» (Rom. 8, 14). Sólo se puede llegar al Señor haciéndose un mismo espíritu con El (Cf. 1 Cor. 6, 17). Pablo no dejará de recomendar la unidad advirtiendo que uno solo es el Espíritu que anima a la Iglesia y a cada cristiano (1 Cor. 12, 4-6; Ef. 4, 4-6). «A todos se nos dio a beber un mismo Espíritu», in siste Pablo a los Corintios. Y en su segunda carta termina deseándoles la comun ión del Espíritu (2 Cor. 13, 13), expresión que repetirá es cribiendo a los Filipenses (Fil. 2, 1). El cristiano es visto por Pablo como introducido en una esfera nueva, divina, la vida que Cristo glorificado comunica a través de su Espíritu a los que se unen a El, y que es principio de una unidad siempre más intensa. Esta unidad que se verifica en Cristo por el Espíritu para formar un cuerpo con El, lleva como condición radical en el hombre un pronunciamiento a favor de Cristo. Aquí entra la fe, como aceptación del mensaje de la redención que Dios ha obrado mediante Cristo n. Muchas veces habla el Apóstol de la necesidad de permanecer firmes en la fe (1 Cor. 16, 13; 2 Cor. 13, 5; Gal. 2, 20; Col. 1, 23; 1 Tim. 2, 15; Tit. 1, 13); e identifica la unidad en ella con la unidad en Cristo. «Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones», escribe a los 11. A . WlKENHAUSER, O. C., p. 12.
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