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B E R N A R D IN O DE A RM ELLAD A 57 Por eso es unitaria en Cristo. Sin embargo hay que decir que el vértice más alto de esa unidad se hunde en la pureza inaccesible de la divinidad, en lo que Prat llama la iniciativa del Padre 4. Porque el misterio de Cristo, que es «el medio, la clave, el principio, el alfa y omega de la teología de Pablo» 5 y que consiste en último término en la comunidad vital de los hombres con Dios en Cristo, es un misterio que refluye en la benevolencia de Dios. El principio activo de la unidad en Cristo se remonta al designio divino, «por cuanto que en El (Cristo) nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo conforme al bene­ plácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia... según el propósito de Aquel que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad» (Ef. 1, 4-6, 11). Este designio divino, que implica la total «hegemonía» de la gra­ cia divina sin atenerse a ningún presupuesto humano, llega a los hombres en forma de llamada, de vocación. En este concepto, que Cerfaux matiza con un sentido plenamente comunitario de convo­ cación 6, «se establece una unidad trascendente en que la misma discontinuidad entre Iglesia e Israel está penetrada de continuidad, ya que es el mismo amor de Dios el que se vuelvea los hombres en todos los grados de la alianza» 7. Por eso el primer argumento paulino de la unidad es que «sólo existe un único Dios..., no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede y para quien somos nosotros...» (1 Cor. 8, 4, 6). «Uno mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos» (1 Cor. 12, 6; cf. 1 Tim. 2, 5). b) Verificación ob jetiva de la unidad. — El llamamiento de Dios, que en El es un designio eterno, se actúa en la creación del modo más maravilloso. No es una desnuda proposición de unidad como ideal transcendente cuya verificación sólo hallaría puesto en la era futura, escatológica. Tampoco se queda a la altura de la unidad original de la naturaleza humana, creada por Dios según su imagen y semejanza; unidad que se confirma en la solidaridad de los hom­ bres en todo su destino histórico, en la culpa primera y en la sal­ vación ofrecida por Cristo, segundo Adán (Cf. Rom. 5, 15). 4. P. p r a t , La Teología de San Pablo, t. I I , M é x ic o 1947, p. 93. 5. C . T r e s m o n ta n t, a rt. Paulus, «H a n d b u c h th eo lo g isch er G ru n d b e g r iffe II» , M ü n c h e n 1963, p. 287. 6 . O . c., p. 149. 7. A . A l c a l á G a lv e , La Iglesia, Misterio y Misión, M a d r id 1963, p . 80.

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