PS_NyG_1964v011n001p0051_0072

5 4 LA E S P IR ITU A LID A D U N IT A R IA . había quedado la impresión de que el mensaje del Señor para todas las gentes suponía tácitamente la subordinación de los gentiles a los judíos, a las costumbres específicamente judías. Pablo rompe decididamente con todo lo que se oponga a la igual­ dad en Cristo y junto con Bernabé protesta contra quienes llegaron de Jerusalén a Antioquía para defender la necesidad de la circun­ cisión. Va luego a Jerusalén, donde, después de un informe segura­ mente acalorado, recibe la aprobación de Pedro y Santiago, con una explicación en boca del príncipe de los Apóstoles que bien podría ser un eco de las mismas expresiones de Pablo: «Dios que conoce los corazones, ha testificado a su favor (de los gentiles), dándoles el Espíritu igual que a nosotros y no haciendo diferencia alguna entre nosotros y ellos, purificando con la fe sus corazones» (Hech. 15, 8-9). Esta franca apertura a la unidad, que San Pedro fundamenta en la igualdad del Espíritu dado a judíos y gentiles, no pudo borrar en todos una ideología demasiado confundida con su interés personal o de raza. Y la postura paulina, liberadora de la esclavitud de la Ley, hecha inútil ante la realidad de una justificación por la fe en Cristo, igual para todos los hombres, siguió siendo combatida solapa­ damente o con descaro por los que Pablo califica de falsos hermanos. La crisis judaizante alcanza un punto álgido en Galacia, cuando los enemigos de Pablo lo creen imposibilitado para intervenir. Pero una epístola airada y llena de vigor hace revivir en los Gálatas el recuerdo de la presencia y doctrina de Pablo: La unicidad del Evan­ gelio ha de cortar todo paso a las arbitrariedades y a las divisiones. La unidad del cristianismo no sólo debía superar las ideologías •diferentes. Llevaba una exigencia de unanimidad y colaboración práctica ante la que debían ceder todas las diferencias fundadas en el individualismo. Un día llegó al conocimiento de Pablo que la comunidad de Corinto se hallaba minada por los partidismos. Los diversos grupos parece que escogieron como santo y seña el nombre de diversos predicado­ res, a quienes se pretendía hacer rivales mutuamente (Apolo, Pablo, Cefas, etc.). Por otra parte, en la celebración eucarística se cometían excesos, que, con otras malas consecuencias, traían la de acentuar la diferencia entre unas familias y otras, entre los ricos y los pobres. Esta crisis interior de una iglesia tan querida a Pablo dio pie para una correspondencia en que el Apóstol expone del modo más exhaus­ tivo y teológicamente razonado su idea sobre la unidad. Podemos adelantar la expresión que Cerfaux califica de fórmu la tipo 1 en la 1. L. C e r f a u x . La Iglesia en San Pablo. B ilb a o 1959, p. 205.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz