PS_NyG_1964v011n001p0051_0072

B E R N A R D IN O DE ARM ELLAD A 67 en el pensamiento de Pablo, y que es el único clima donde puede actuarse el anhelo, no encuentra su plenitud más que en la Iglesia de Roma. Pero, ¿cuál es la situación ascética de nuestra unidad? A) Conciencia de la unidad objetiva espiritual en el catolicismo. Es un hecho consolador el que la Iglesia se sienta más conscien­ temente que nunca una en torno a Cristo: una en la fe, una en el Espíritu y una en la multiplicidad de expresiones que le dan belleza como las partes de un cuerpo. Hoy está pasando a primer plano de vivencia la mística paulina. Los sacramentos de la unidad —Bautismo y Eucaristía— se reconocen como signos seguros de unanimidad en la fe, en la esperanza y en el amor. Aparece ante todos el significado social de los siete sacra­ mentos, certificando sensiblemente —sobre todo el bautismo y la Eucaristía— a favor del perenne sacramento o signo de unidad, que es el Cuerpo del Señor, la Iglesia, vivificada por el Espíritu. Tampoco puede menos de mostrarse a la Iglesia, como expresión maravillosa­ mente visible de su unidad, la roca de Pedro y sus sucesores. Hasta tal punto que, aunque no existiera el testimonio literal de la reve­ lación, sería totalmente acorde con su espíritu esa disposición uni­ taria del organismo social eclesiástico. El principio social visible de unidad sería sencillamente una exigencia inevitable de la condición espiritual y sensible del hombre. De esta manera, lo marcado de su exterioridad no puede ser considerado apariencia insustancial o ahogo del espíritu —como acusan muchos insinceros— sino que es la última consecuencia de la más profunda interioridad. El católico tiene una invencible razón para creer que la unidad objetiva de la Iglesia no está rota, aunque existan tantos hermanos cristianos separados. Cierto que sentimos también la vergüenza por el escándalo de la desunión y que, subjetivamente, tenemos mucho de qué arrepentimos, mucho que corregir. Pero sabemos que el punto de unión puesto por Dios está en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Por eso el trabajo fundamental del Catolicismo en el pro­ blema ecuménico no puede consistir en buscar una meta nueva donde sea posible la inteligencia mutua o la fusión, sino en esforzarse por manifestar prácticamente el ámbito objetivo de la unidad en Cristo verificado en ella y vivido con tal intensidad que convenza y atraiga a los que buscan sinceramente la unidad en la verdad. La gran pretensión de Juan XX III —de feliz memoria— al con­ vocar el Concilio Ecuménico, no fue otra que renovar la vida espi

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz