PS_NyG_1964v011n001p0003_0049

ALEJANDRO DE V ILLA LM O N TE 7 a los hombres en variadas formas didácticas populares, literarias y oratorias, y en diversas circunstancias de oyentes y de mentalidad. Así lo hace el predicador que quiere conseguir un determinado efecto inmediato en sus oyentes: La decisión religiosa, la entrega a Dios en la fe y en el amor. En estos casos la utilización de los «recursos oratorios» está justificada; y el predicador, el maestro popular pue­ den permitirse hablar del infierno en forma muy distinta del teólogo. Las llamadas «ampliaciones» oratorias y literarias, están plenamente justificadas dentro de unos límites razonables. Ya se comprende que, cuando hablamos de la necesidad y con­ veniencia, y luego del modo de predicar sobre el infierno, las afir­ maciones más generales que hayan de hacerse, han de ser matiza­ das según los casos. Ni pueden tener la misma validez aplicadas al dogma del infierno en su núcleo esencial y dogmático, que a la pro­ blemática y explicación teológica que sobre él se eleva; o a la expo­ sición literario-oratoria de que es susceptible. Veamos, pues, hasta qué punto la realidad del infierno está pre­ sente y es tenida en cuenta por Jesús y los Apóstoles al pregonar el Mensaje de Salud. A) Comencemos por estudiar el Kerigma evangélico en su sentido amplio, en cuanto abarca todo el M ensa je de Salud del Nuevo Testamento. Para ver la importancia que el dogma del infierno tiene en la predicación de Jesús y de los Apóstoles, tenemos ya mucho camino andado releyendo lo escrito en otra ocasión sobre la continencia del dogma del infierno en el Nuevo Testamento 5. Allí quedó bien claro, creemos, la forma reiterada con que se supone unas veces y se afir­ ma explícitamente otras, la existencia del infierno y su duración «eterna». Existe para el hombre viador la posibilidad real (que se transforma en h ech o para algunos hombres obstinados) de ser ex­ cluidos de la compañía beatificante de Dios y de Cristo, de la «vida eterna»; y ser condenados — en juicio de Dios— a una dolorosa «muer­ te eterna» lejos del Señor y de su protección graciosa. Además, nosotros orientábamos la mencionada exposición de forma tal, que también quedó suficientemente demostrada esta otra afir­ mación: La existencia del infierno eterno no es una idea que ocurre esporádicamente, aislada en el N. Testamento, sino que viene en­ cuadrada en un amplio contexto ideológico, en toda la contextura interna del Mensaje de Salud, como una de sus partes integrantes, 5. Infierno, verdad ’’eterna”, en NaturGrac., 10 (1963), 12-24.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz