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4 8 E L DOGMA DEL IN F IE R N O EN LA CURA DE ALMAS hermanos evitando el escándalo y cualquier pecado que les perju­ dique, es la única manera eficiente y seria de colaborar a que el mal del infierno sea algo menos grave. Unicamente así es como estamos en la misma línea del amor de Dios, que da continuamente su ayuda a fin de que los hombres eviten el pecado y el infierno. Y a su Hijo lo entregó a la muerte para librarnos del eterno morir que es el infierno. También encontramos otro punto de contacto entre la caridad apostólica y la existencia del infierno. Es indudable que el impulso fundamental de la caridad apostólica, como de toda acción cristiana, ha de ser de tipo positivo: El deseo de amar y glorificar a Dios y de que Dios sea amado y glorificado. Pero, dentro de este amor a la gloria de Dios, entra el celo infatigable para que todos los hombres se salven y nadie se vea condenado a la eterna separación de Dios. Por eso, en todos los tiempos, el pensamiento del peligro de con­ denación que corren los hermanos, ha sido uno de los estímulos fun­ damentales de la actividad apostólica y misionera. San Pablo deseaba él mismo ser anatema para que sus hermanos no se perdiesen. Las inmensas fatigas del Apóstol por pregonar la salvación se explican, sobre todo por algo positivo: Su afán de glo­ rificar a Dios en Cristo; pero también está presente en él la idea de que, si no evangeliza vendrá Cristo y encontrarán que los hombres no estarán preparados para recibirle y serán excluidos de su reino. El se siente responsable del alma de los hombres a quienes predica 30. San Francisco Javier estaba en la convicción de que las masas inmensas de indúes y chinos irían al infierno si él y los misioneros cristianos no les llevaban la luz del Evangelio. Por eso brota en él aquella explosión de actividad, el trabajo infatigable del «divino im­ paciente», que sacrifica su vida a sus heramanos los hombres del infierno a donde caminan. El Bto. Diego José de Cádiz viendo que los pecadores terminaban esta vida sin haberse convertido, deseaba ir a las puertas del infier­ no para hacer allí una Misión y pregonarles sus mensajes de peni­ tencia y conversión al Señor. La actitud de Pablo, Francisco Javier y Diego J. de Cádiz frente a los posibles condenados, es la única real­ mente caritativa. Lo demás es sensiblería. Si quitamos la posibilidad real de que los hombres se condenen, tal como de hecho está montada la vida humana y en la presente economía de salvación, el interés por la predicación evangélica y las 30. R om . 9, 2 -3; I Cor. 9, 16 ss.

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