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44 E L D OGM A DEL IN F IE R N O E N LA CURA DE A L M A S Algunos de los que plantean el problema de «esperanza cristiana e infierno», dan a la cuestión un giro francamente heterodoxo. Son aquéllos que alimentan ideas apocatásticas. Como si Dios, aún a los que ya cayeron en las penas eternas, algún día, por caminos que ahora no nos ha revelado, hubiera de llegar a salvarlos. Incluso a los mismos demonios. Esta «esperanza» de que el infierno acabe para el que de hecho fue condenado a él — ángel u hombre— , está, cier­ tamente, contra la fe en la eternidad estricta de la situación infernal. No es esperanza teológica. Precisamente, una de las distinciones más netas entre el pecador que vive en el mundo lejos de Dios y el condenado es que el pecador tiene, o puede tener, esperanza; mientras que el condenado cayó en la desesperación total y definitiva. Tampoco nosotros podemos legí­ timamente tener esperanza sobre los que han caído en infierno. Por eso no son los condenados objeto de nuestra oración ni de nuestra caridad. Pueden sentirse por ellos únicamente sentimientos humanos nobles de conmiseración, ya que el tener crueles sentimientos hacia ellos puede endurecer nuestro propio corazón en relación al sufri­ miento de nuestros semejantes. Por consiguiente, el temor saludable que puede suscitar la pre­ dicación sobre el infierno, es un sentimiento sobrenatural de im­ portancia básica en una espiritualidad cristiana que quiera mante­ nerse sana. El temor santo al infierno se llama saludable porque libra al hombre de la presunción y confianza inconsiderada en la propia salvación. Este peligro lo vio claro la Iglesia al condenar el concepto protestante de esperanza que excluya todo temor razonable y santo a las penas infernales, al menos en el hombre justificado y hecho hijo de Dios ss. Si se elimina arbitrariamente el temor al infierno el cristiano corre el grave riesgo de enfermar espiritualmente, cayendo en lo que el Tridentino llama «presuntuosa confianza» protestante; como si el hombre justificado ya no pudiera, en ningún caso, llegar a perder la gracia y condenarse. La fe en el infierno y la posibilidad real de caer en él, ayuda a conservar sana nuestra vida religiosa y cristiana, superando el peligro de la audaz presunción, la temeraria seguridad de la propia salvación. Las peligrosas y malsanas consecuencias no sólo religiosas, siiío también morales de esta seguridad de la propia salvación, son bien claras en la masa de los creyentes. 28 D 838, 915, 1410-1417.

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