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4 2 E L DOGM A DEL IN F IE R N O E N LA CURA DE A LM A S impotencia absoluta del ser creado para decidir por sí solo su propio destino. La miseria de un ser que puede caer libremente en el infierno y no puede salir dé él, es necesariamente una miseria aterradora. El dominio absoluto de Dios sobre el ser humano es manifiesto. Y frente a este Poder absoluto, resulta realmente heroica la entrega que el hombre hace de sí mismo. El hombre que siente un poco fuerte sus instintos de libertad, ante el misterio de la Libertad misteriosa de Dios no tiene más que dos soluciones: Rebelión contra Dios o entrega amorosa de toda su vida en las manos de Dios, aceptando, por la fe, los juicios y decisiones de Dios en todo lo concerniente al destino humano y a mi destino personal. Ello lleva consigo la renuncia más absoluta a sus propios juicios humanos en el asunto más importante: En el asunto de la salvación y destino definitivo de la vida. El predicador ha de procurar que el cristiano llegue a esta acep­ tación humilde, obediente y total de las decisiones y juicios de Dios. Que la afirmación del dogma del infierno se haga con plena y amorosa sujeción a los juicios de Dios, sin reservas, con aceptación confiada, llena de santo temor y temblor; pero, que excluya todo egoísmo re­ concentrado, todo descontento, toda resignación puramente pasiva ante la fatal e inevitable; toda ausencia de servil sometimiento a una fuerza indomable que no podemos vencer y que aceptamos como impuesta, sin generosidad, con un miedo secreto. Ha de ser una en­ trega que prepara al amor de caridad perfecta. 4 .—El dogma del in fierno y la esperanza cristiana. Ya sabemos cómo, en nombre de la esperanza cristiana, se han querido combatir ciertos aspectos del dogma del infierno; e incluso dar entrada a ideas apocatásticas que niegan o comprometen la eternidad de las penas infernales. La esperanza cristiana tiene por objeto la felicidad eterna y el auxilio divino necesario para conseguirla. Todo cristiano debe tener firme esperanza de conseguir la salvación y, en este sentido, evitar el infierno. Lo mismo que espera cada cristiano para sí, puede es­ perarlo para todos los demás hombres. Fundado en la fe que tiene en la voluntad salvífica universal, puede el cristiano mantener la es­ peranza de que él y todos los demás hombres llegarán a salvarse. Por lo que se refiere a la bondad de Dios y a la sinceridad de su voluntad salvífica, no podemos dudar de que esta esperanza se cum­ plirá. En este sentido puede hablarse de que el hombre debe tener seguridad en Dios de que se va a salvar. Por tanto, aunque sea posible el infierno, podría quedar en mera posibilidad sin llegarse a realizar en nadie.

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