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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 41 miento a la verdad revelada y de entrega a Dios. Ambos aspectos son inseparables en la realidad, pero pueden ser estudiados a parte. El asentimiento se fija más en lo que la fe tiene de intelectual, y la entrega en aquello que la fe lleva consigo en cuanto es esencialmente un acto impuesto bajo el impulso de la voluntad. En cuanto la fe implica asentimiento intelectual ya sabemos a lo que la Iglesia nos obliga en este problema del infierno; hasta dónde llega la seguridad dogmática y dónde empieza la problemática cien­ tífico-teológico También podría mencionarse aquí la importancia que esta verdad del infierno pueda tener en el contexto general de las verdades reveladas por Dios. Reincidimos en el problema ya estu­ diado por nosotros de «el infierno en la analogía de la fe». Allí quedó claro lo importante que es esta verdad para una «visión» sistemá­ tica de las verdades que Dios nos ha revelado 27. Pero, a la espiritualidad le interesa, sobre todo, la fe en cuanto implica la en trega del hombre a Dios, en la desnudez de toda moti­ vación humana. En este sentido la luz de la fe es la que guía con­ tinuamente al alma en la noche oscura de esta vida. Pues bien, si la actitud de entrega a Dios es esencial a todo acto de fe, nunca aparece tan grandiosa y difícil la entrega como cuando haya que poner un acto de fe en el dogma del infierno eterno. Si consideramos el elemento intelectual del acto de fe, la oscu­ ridad que le es esencial, hay otros misterios de nuestra religión que son tan oscuros como éste para nuestra inteligencia. El asentimiento en este caso es lo mismo de difícil que en cualquier misterio sobre­ natural estrictamente dicho. Pero, la entrega que se hace a impulso de la voluntad resulta más difícil aquí. La entrega a Dios, incluida en todo acto de fe, lleva consigo un germen de decisión heróica: Una entrega misteriosa en las manos de un Ser inmensamente superior a nosotros, renunciando a disponer de nuestro propio destino. Pues bien, el hombre que medita sobre el dogma del infierno choca inmediatamente con el dogma — inti­ mamente unido a éste del infierno— de la predestinación y reproba­ ción. La existencia del infierno, la posibilidad de que unos u otros hom­ bres vayan a él; la permanencia del infierno eterno, los caminos del hombre que se salva del infierno y los caminos del hombre que cae en él, todo está en manos de Dios. En esta meditación es donde la fe — en­ trega del hombre a Dios— sufre su prueba más difícil. Ante la exis­ tencia del infierno ve el hombre, en la forma más clara posible, la 26. Puede verse J. P. S agúes , en «Sacrae Theologiae Summa», IV, pp. 948-996. 27. Cf. Infierno, verdad "eterna” , en NaturGrac., 10 (1963), 234-246.

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