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4 0 EL DOGM A DEL IN F IE R N O E N LA CURA DE A L M A S los hombres no hagan el mal, sin ulterior finalidad de mejoramiento interior y religioso. Ya conocemos la objeción que se hace a los textos del Nuevo Tes­ tamento referentes al infierno. Jesucristo, al hablar de las penas in­ fernales, tendría únicamente una finalidad «pedagógica» y mora­ lizante, y con alcance puramente externo. El motivo de obrar es únicamente el amor de Dios. Si se habla de penas es para que los hombres se porten bien. Para ello se les amenaza con un castigo que, a la hora de la verdad, no se les va a imponer. Como un «piadoso engaño» del médico a su enfermo, o de la madre que amedrenta a su hijito, pero que no le va a entregar al coco... Esta concepción puramente pedagógica del dogma del infierno contradice al Evangelio. Sin duda que el infierno puede, honesta­ mente, utilizarse como recurso pedagógico para apartar a los hombres del mal obrar, pero siempre hay que referirlo a motives superiores. La revelación que Dios hace del infierno no es un recurso medicinal, sino que implica una realidad de la Historia de Salud en su último estadio. Concluyendo, pues, esta reflexión sobre las relaciones entre el dog­ ma del infierno y la moral cristiana tenemos que decir: El predicador puede utilizar este dogma como medio pedagógico y moralizante, para conseguir un mejor comportamiento de los fieles. Pero, ha de llenar esta predicación de contenido auténticamente «religioso»; lo cual se logra cuando hace ver que lo más importante y temible en el in­ fierno no es el padecer estas o las otras penas, sino el perder a Dios y la imposibilidad en que se coloca el hombre de poder alabarle en la otra vida y de contribuir así a su mayor gloria. En una palabra, la predicación sobre el infierno debe aprovechar su contenido mo­ ralizante y medicinal como medio y camino que los hombres frágiles, inmersos en las emociones sensibles, necesitan para elevarse hasta el puro amor de Dios, motivo fundamental de toda conducta moral cristiana auténtica y perfecta. 3 .—El dogma del in fierno y nuestra fe. Más allá de lo que ordinariamente se entiende por moral, el cris­ tianismo es una vida auténticamente religiosa. Esta religiosidad está encauzada, fundamentalmente, por los cauces de la vida de fe, espe­ ranza y caridad. Por ello será necesario que, para ver el contenido espiritual del dogma del infierno, estudiemos la manera cómo esta verdad fomenta nuestra vida de fe, esperanza y caridad. La fe teológica tiene el doble aspecto fundamental de asentí-

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