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38 E L D OGM A DEL IN F IE R N O E N LA CURA DE A LM A S dogma del infierno: Dios nos ha revelado la existencia del infierno eterno, porque, según sus planes, vio que nos era necesario este co­ nocimiento para alcanzar la salvación y nos lo reveló en la medida y amplitud en que vio sernos necesario. Más en particular podemos afirmar también que Dios nos reveló el dogma del infierno «para que seamos buenos», para que llevemos una vida moral digna de Dios y nos ayude a ordenar nuestra conducta según las exigencias de la voluntad de Dios. Pero, dentro del cristianismo, la auténtica moralidad, la verda­ dera bondad moral consiste en la práctica de la caridad. Por eso, dando el último paso hacia la investigación de los valores religiosos del dogma del infierno tenemos que afirmar: Dios nos reveló el mis­ terio del infierno porque juzgó necesaria esta revelación para que le amásemos con «amor recto». Con ello surge el problema de ver hasta qué punto el dogma del infierno contribuye — fomenta y es­ timula— la vida estrictamente teologal del cristiano, que consiste en vivir en la fe, esperanza y caridad. Sobre todo en la caridad. Expliquemos estas ideas. 2 .—El in fierno com o verdad ’’moralizante” . En la literatura «edificante» y también en la predicación sagrada de años e incluso de siglos atrás, se ha dado una importancia excesiva y a veces exclusiva a los valores «moralizantes» del dogma del in­ fierno. Será preciso aclarar este aspecto de la predicación sobre el infierno. Es indudable que el estímulo fundamental de la moral cristiana, de todo el comportamiento cristiano debe ser el amor de Dios: Agape. Un cristiano ha de cumplir sus deberes en las diversas circunstancias y en todas las direcciones de su vivir impulsado por el agradeci­ miento a Dios que le redimió. Consciente de su dignidad de hijo de Dios, introducido en la resurrección de Cristo, lleno de la alegría de un redimido, ha de brotar de su corazón la acción recta como una alabanza, agradecimiento, a impulsos del más generoso y des­ interesado amor a Dios. La conducta del cristiano debe ser un acto •de alabanza y agradecimiento. Dios nos ama a impulsos de un amor-agape infinito. El hombre debe reproducir en sí esta actitud divina de entrega generosa, alegre, desinteresada, como efusión de una vida pletòrica de fuerza y que toda ella se expande hacia Dios. Indudablemente este es el más noble impulso para una moral cristiana. Asi lo han practicado cristianos como San Francisco de Asís, ejemplo típico de una vida entregada a Dios en la alegría del amor más puro y sacrificado.

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