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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 3 5 exigente, que dejan al hombre en el infierno que él, pecando, pre­ paró para sí. D) Predicar el in fierno en la analogía de la fe. Es indudable que el misterio del infierno es intrínsecamente incomprensible para la razón humana. Más que ningún otro dogma cristiano tiene la propiedad de ser comprometedor para nuestro con­ cepto humano y cristiano de Dios; estridente para la razón humana que busca la armonía suprema; descorazonador para el hombre que parece encontrar al cristianismo lleno de hermosura y equilibrio... menos en este pavoroso tema del infierno eterno. Por eso nosotros, al exponer la teología del infierno, nos esfor­ zábamos especialmente en presentarlo a la reflexión cristiana encua­ drado en la analogía de la fe, en relación interna e indestructible con verdades reveladas tan básicas como el concepto de Dios-Amor, la Cruz de Cristo y el misterio del pecado, del cual el infierno es, únicamente, el pleno, fatídico desarrollo. Pues bien, creemos que el predicador y pastor de almas también ha de presentar al dogma del infierno en íntima relación con aque­ llas verdades básicas: Dios, Cristo crucificado, el pecado. No parece necesario repetir las ideas que, sobre cada uno de estos puntos, hemos desarrollado en otra ocasión Bastará el haber aludido a ellas y subrayar la importancia que tiene el que el pastor de almas, en la catequesis, en las instrucciones religiosas, en la pre­ dicación propiamente dicha, nunca presente el dogma del infierno como una verdad molesta, errática y mal encajada dentro del sistema de verdades reveladas. Molesta, humanamente hablando, sí que lo es. Pero, es una verdad en sí misma fundamental dentro de la revelación cristiana y en conexión inseparable con las verdades que todos de­ bemos reconocer como básicas. Además, el presentar al infierno en conexión con las mencionadas verdades básicas es beneficioso, no sólo para una mejor comprensión y aceptación del infierno con la fe más decidida, sino también para completar ciertos aspectos de aquellas verdades que el hombre cris­ tiano moderno parece no quiere ver con suficiente claridad, cuando reflexiona sobre estos problemas. El excesivo individualismo, una con­ cepción «humanista» de Dios y el cosmos, la debilitación del sentido religioso para percibir lo «santo» de Dios, hacen que nuestros con­ 20. Infierno verdad ’’eterna’’, en NaturGrac., 10 (1963), 216-234 y sobre todo pp. 234-246.

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