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3 4 E L D OGM A DEL IN F IE R N O E N LA CURA DE A L M A S Nunca ss insistirá bastante en alejar del infierno toda milagrería artificial que Dios habría puesto en marcha con la expresa intención de castigar a los hombres condenados. Hay que sentir de Dios «pia­ dosa y altamente», según nos recomienda San Buenaventura. Espe­ cialmente para los hombres de ahora, es más pedagógico, más acep­ table y menos hiriente dar una descripción «sicológica» de los tor­ mentos infernales, en vez de la explicación «cosmológica» (o teoló­ gica) que se viene dando. La explicación «sicológica» consiste en buscar la fuente del sufrimiento infernal y de los dolores que al hombre causan los seres exteriores, en el hombre mismo, en la situa­ ción espiritual-sobrenatural en que se encuentra. Como ha perdido a Dios para siempre, le brota desde dentro el dolor que él ve difun­ dido en la creación entera que le circunda. Las cosas hieren al hombre porque él está sustancialmente dolorido. El ser físico de las cosas sigue sin inmutarse «en sí». Dios tampoco dota a las cosas de fuerzas nuevas para que torturen al hombre. Es el hombre el que se sien te torturado —-en forma muy real y vivaz— , por todos los otros seres, desde el momento en que tiene conciencia de haber perdido a Dios, para siempre. c) Fom en tar el ’’santo tem o r de Dios” . — Tal vez logremos resumir mejor nuestro pensamiento sobre la predicación de las penas del sentido si decimos que el predicador ha de buscar, cuando predica del infierno, suscitar en los oyentes «el santo temor de Dios». Por consiguiente y negativamente: Nunca buscar sensaciones hu­ manas de miedo, terror, susto u otras semejantes. Tales sensaciones son demasiado humanas, estériles en el orden sobrenatural y, a ve­ ces, perjudiciales. Se corre el peligro de quitar la libertad positiva, la generosidad y alegría íntima con que el hombre debe apartarse del pecado y convertirse al Señor. Conocemos la objeción de que el pensamiento del infierno podría ser inhibitorio de la generosidad que el hombre necesita para su vida moral y religiosa. Si se busca el santo temor de Dios, no hay peligro de sentimientos humanos in­ hibitorios y paralizantes de la vida religioso-moral más noble. En lo que tiene de positivo el santo temor de Dios se siente lleno de reverencia ante la Santidad de Dios y su Majestad ofendida. Pero, principalmente, hay que hacer del temor santo al infierno y a Dios, un camino hacia el amor perfecto y generoso de caridad y entrega a Dios en ausencia de todo egoísmo, según veremos más abajo. Sólo el temor santo es «saludable»; porque en él se encuentra el hombre con el Dios Viviente, Padre y Señor al mismo tiempo. Sólo así bro­ tará en el hombre el sentimiento de respeto, adoración, veneración y temblor amoroso ante la insondable Santidad de Dios y su Amor

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