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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 31 En la experiencia intramundana tenemos «ejemplos» para pre­ sentir lo que allí pasa. Es inevitable que, el hombre hondamente dolorido, fracasado, desesperado, sienta — en determinados momen­ tos— , como si todo en torno suyo fuese ofensivo y agresivo: El trato social con los demás hmbres, la placidez y belleza de las cosas natu­ rales, todo le hiere y le causa molestia. A la inversa, en las alegrías hondas del espíritu parece que todo el mundo sonríe: Los hombres y las cosas. El que perdió a Dios para siempre está sustancialmente dolido y desesperado: Si Dios no hace un milagro a favor de este ser, una ley sicológica indefectible le llevará a sentir como doloroso y torturante todo trato vital con el mundo externo: Hombres y seres todos de la naturaleza. Pero, no es probable que Dios haga tal mi­ lagro a favor de los condenados. El Evangelio recoge esta ley sicológica cuando nos habla de las torturas infernales. Es cierto que, una primera lectura de los textos evangélicos, podría dar la impresión de que las torturas infernales son directa e inmediatamente causadas por Dios para castigar a los condenados. Pero, esta manera viva y dramática de expresar la acción positiva de Dios es posible en un género literario popular, predicato­ rio, atento a hacerse entender por gente que no es capaz de ideas abstractas. Y sobre todo por un pueblo oriental, que nunca piensa sino es en imágenes sensibles. En este punto como en tantos otros, la Biblia nos presenta siempre a Dios obrando directamente todas las cosas, como si las leyes naturales no existiesen, o Dios prescin­ diese de ellas. Pero, en nuestra teología y en nuestra misma menta­ lidad corriente actual, tenemos que contar con las leyes naturales (mientras no sea necesario prescindir de ellas). En virtud, pues, de las mismas leyes del ser humano y de la situación sobrenatural en que se encuentra, es connatural que (perdido el fin propio, Dios, y lleno de dolor por ello), toda actividad relacional de los seres extraños en él y de él hacia los seres extraños, se convierta en trato doloroso. No necesitamos, por tanto, recurrir a la teoría de que Dios dote de fuerzas especiales — milagrosas en el caso— , a los seres físicos para que torturen el alma y el cuerpo del condenado. Sin milagro, dentro de las exigencias propias de la ley a que está sometido en este estado y situación, el hombre sufre en todo su ser porque ha perdido volun­ tariamente a Dios, su única felicidad. Finalmente, esta conexión natural entre pena de sentido y pena de daño, exige ser expuesta en la predicación del infierno por otro motivo: Por motivos pedagógicos. Dada la sicología del hombre en este estado de unión con el cuerpo, es muy difícil que llegue a las ideas espirituales si no es a través de las cosas sensibles. En nuestro caso las penas estrictamente

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