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3 0 E L DOGM A D 3L IN F IE R N O E N LA CURA DE A L M A S C) Cómo hablar de las penas sensibles del infierno. Entendemos aquí las «penas sensibles» del infierno todas aquéllas que son causadas en el alma (y en el cuerpo después de la resurrec­ ción) por medio de los agentes naturales. Se cita el fuego, y toda clase de objetos capaces de dar tormento a los sentidos directamente y mediante ellos al alma. Ya hemos hablado anteriormente de que, sobre todo en este as­ pecto, hay que lograr una rigurosa con cen tra ción en lo esencia l: El tormento del infierno es, sustancialmente, tormento del alma, estrictamente espiritual, resultante de haber perdido a Dios para siempre, y la posibilidad de llegar nunca a la felicidad. De aquí hay que hacer derivar todo lo demás que el infierno encierra de doloroso. a) No se deben om itir sistem á ticam en te. — Aunque hayamos cumplido la primera norma de concentrar la atención del oyente sobre la pérdida de Dios, que es lo esencial del infierno, sin em­ bargo, no es legítimo el omitir sistemáticamente las penas sensibles, en la predicación del infierno. Efectivamente, las penas sensibles son una consecuencia inevitable y sicológicamente necesaria de la situación in fernal en lo que tiene de sustancial: Privación de Dios. Apartado de la visión beatificante de Dios, el alma humana necesaria e inevitablemente entra en estado de sufrimiento, de desesperación, incomprensible para el hombre viador: Dolor de ausencia, dolor de olvido, dolor por la pérdida voluntaria del Bien infinito. Este dolor, sentido en la entraña viva del ser humano, es lo esencial del infierno como situación humana. Y en esto, según dejamos dicho, debe concentrarse el predicador y hacer que se concentre la atención del hombre pecador, amenazado por el infierno. Pero, lograda esta afirmación nítida de lo esencial, hay una n e­ cesidad sicológica de que todo el universo ambiente, todo lo que lla­ mamos «circunstancia vital» del condenado, los seres todos que están fuera de él se le conviertan en fuente de auténtica tortura. Llamamos a esto una necesidad sicológica, porque, privado el hombre de la felicidad que Dios da, todo se convierte en tormento. No hay duda de que hay un intercambio vital de relaciones entre el condenado y el mundo ambiente: Las potencias de su alma (y los sentidos del cuerpo, a su tiempo) están en activo para recibir im ­ presiones de fuera. Sin embargo, para el condenado estas impresiones, todo trato con los agentes externos y toda acción de éstos sobre él reviste inevitablemente un carácter doloroso.

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