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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 2 9 como si el que habla de esa manera no tuviese el debido respecto a los misterios de Dios y del corazón humano. Finalmente llegamos a las temibles y odiadas torturas infernales. Todo pastor de almas, el predicador y el escritor devoto saben perfectamente que los tormentos físicos son lo menos importantes en la doctrina del infierno. Sin embargo, nada ha desprestigiado tanto esta verdad como el abuso del tragicismo y tremendismo al hablar de las penas infernales. El fervor incontrolado y la incon­ tinencia verbal de ciertos predicadores populares ha desembocado en una peligrosa inflación y luego en el desprestigio de este aspecto de la realidad infernal. A la gran mayoría de los cristianos actuales se les hacen insufribles estas descripciones espeluznantes sobre el in­ fierno, en que se habla de aquel lugar de tormento con lujo de detalles, como si el predicador o escritor piadoso «lo hubiesen visto». Como consecuencia de estos abusos se nota tendencia bien mar­ cada a suprimir sistemáticamente este aspecto del infierno. Pero, sobre todo, ha resultado algo más grave: Se ha debilitado la fe en la realidad misma del infierno en lo que éste tiene de más esencial: La privación de Dios, el carácter doloroso, su eternidad y su exis­ tencia misma. Es comprensible que así haya sido. La mentalidad popular, tanto en el problema del infierno como en cualquier otro, con demasiada frecuencia hace depender lo esencial de un detalle secundario. Para la ruda imaginación y sensibilidad del pueblo el infierno era fuego, hollas de azufre y aceite hirviendo, torturas físicas las más espeluznantes. La pérdida de Dios y el dolor del alma los relegaban a segundo plano, excepto en caso en que expresamente se les hiciese reflexionar. Ahora resulta que estas descripciones que hablan a la imaginación ya han sido declaradas creaciones inconsistentes y fantásticas. En­ tonces, los espíritus poco cultivados, incapaces de sensaciones finas y delicadas, acostumbrados a lo material y masivo, corren peligro de pensar que todo eso del infierno es fantasía, como han resultado ser aquellas descripciones que antes se estilaban. No por la importancia del tema en sí, sino por los resultados que pueda tener para la mentalidad del pueblo, juzgamos que conviene determinar más en concreto algunas normas para orientar la predi­ cación del infierno cuando se llegue a hablar de las penas físicas y corporales.

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