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2 8 E L DOGM A DEL IN F IE R N O E N LA CURA DE A LM A S mejor que aquí el «sapere ad sobrietatem» y la norma de investigar «piadosa y sobriamente» los misterios, según nos dice el Concilio Vaticano I (Dz. 1796). Usando una frase corriente diríamos que, predicando al gran pú­ blico, no hay que entrar en honduras sobre el infierno. La compli­ cada e inquietante problemática teológica se debe quedar para el momento en que haya que ejercer actividades estrictamente teoló­ gicas. El pastor de almas necesitará entrar en estos problemas más hondos sólo en casos particulares, según las exigencias espirituales de individuos determinados o grupos muy concretos y seleccionados. En general bastará proclamar lo esencial del misterio de la conde­ nación y dejar que ello sólo, en su imponente grandeza, obre sobre el alma del oyente y provoque su reflexión lo más intensa y seria posible. No es aconsejable ir dejando abiertas a lo largo de la expo­ sición las insondables dificultades que contiene este dogma. Si al­ guna vez se aluden brevemente, hágase en forma tal que el oyente quede con un grande, reverente y amoroso respeto a los juicios de Dios: «¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la cien­ cia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!» (Rom. 11, 33). Sobre el núm ero de los que van al infierno también es posible reducción. El predicador del evangelio pregone con honda pena la posibili­ dad que existe de que el hombre pecador impenitente vaya al in­ fierno. Pero, hablar sobre el número mayor o menor de los que de hecho van allí es tema perdido: No hay base para decir nada serio en esta materia. Hay que repetir con gravedad, preocupación y santo temor las palabras de Cristo: «Ancho es el camino que lleva a la perdición y son muchos los que caminan por él» (Mt. 7, 13). Sin embargo, entrar en más detalles resulta peligroso, repugna a la sen­ sibilidad actual y no edifica. Ya vimos cómo ha crecido la conciencia de la Iglesia en la com­ prensión de la voluntad salvífica universal. Nadie debe poner arbi­ trariamente, fundado en cortas perspectivas humanas, límites a las posibilidades del amor misericordioso de Dios, ni a la esperanza cris­ tiana que confía encontrar salvación para sí y para otros muchos, incluso, para todos. La literatura devota y edificante de otros tiem­ pos no tenían reparo en lanzar gavillas de seres humanos al infierno. Se refiere de muchos santos que vieron las almas caer al infierno como los copos de nieve un día de nevada. Tales visiones y afirma­ ciones nos dejan excépticos a nosotros y hasta nos parece no guar­ dar la seriedad debida en un tema como éste. Incluso causan un poco de disgusto el oir decir estas cosas en público y en forma masiva;

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