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ALEJANDRO DE V ILLA LM ON TE 2 3 Esta «condescencia» que pedimos al predicador — al pastor de almas— se apoya en la ley de la «sincatábasis» que rige toda la actividad y comunicación de Dios en la Economía de salud: La reve­ lación que se hace por los profetas del Antiguo Testamento, la venida del Hijo, que se hace «carne», hombre frágil y cargado de nuestras debilidades. Por eso la Palabra pregonada por el ministro de Dios debe llegarse al hombre en su condición carnal, en su miseria moral para asumirla y salvarla. «Lo que no ha sido asumido no ha sido salvado», dice un antiguo «proverbio teológico». Esto se ha de cum­ plir siempre que la Palabra de Dios quiera encarnarse. Y no creemos sea llevar las cosas demasiado lejos el apelar ahora, respecto del tema del infierno, a la ley general de la «encarnación» y de la «sincatábasis». Lo que el Nuevo Testamento dice sobre el infierno y la manera de decirlo, es la norma eterna y objetiva de nuestra actual predicación en la materia. Pero, lo eterno y universal queda inaccesible al hombre y por tanto estéril e inoperante, si no se encarna en un tiempo y en un sujeto determinado. Según ésto, creemos suficientemente justificado el lema que pro­ ponemos al pastor de almas que ha de predicar sobre el infierno: El Evangelio y su circunstancia. Saber conjugar lo eterno, universal y objetivo, con lo temporal, circunstancial y subjetivo. Por lo menos en este caso, la gracia de la predicación evangélica tiene que ser una gracia congrua, es decir, administrada en aquella sabia y providente consideración de circunstancias que le dé eficacia segura. B) La necesaria y oportuna "redu cción ” . — Aunque lo exigiesen con apremio todos los hombres de nuestros días, el pastor de almas — el predicador— , no puede «eliminar» el dogma del infierno, o su eternidad, o la atrocidad de las penas que sufren los condenados. Si al hombre de «mentalidad y sensibilidad moderna» le resulta per­ judicial y fastidioso el dogma del infierno, es que ese hombre se en­ cuentra peligrosamente enfermo en su espíritu. Pero, «condescendiendo» evangélicamente con la miseria del hom­ bre actual y sintetizando las reclamaciones «legítimas» que se hacen al tema del infierno, podríamos decir: Se hace pastoralmente legítima e indispensable una oportuna y prudente «reducción» al predicar el tema del infierno. Veamos. a) "C on cen tra ción ” en lo esencial. — Desde el principio del cris­ tianismo hasta nuestros días, en diversa intensidad según las épo­ cas, el problema de las postrimerías (ultimidades o novísimos), el problema escatológico ha ofrecido repetidas ocasiones de inquietad a la vida eclesiástica y a la ciencia teológica.

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