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ALEJANDRO DE V ILLA LM ON TE 21 Para conjugar acertadamente lo objetivo y universal del Evange lio, con los subjetivo y temporal de la circunstancia vital humana, hay que exigirle al predicador estas dos cualidades: 1) Fidelidad al Mensaje; 2) Con-descendencia (sincatábasis), en la que la Palabra «asuma» la debilidad de la carne para redimirla. a) Valentía. Fidelidad al M ensaje. — Aunque muy conocida esta idea no está demás el recordarla precisamente ahora que tratamos del infierno: El predicador del Evangelio es un «pregonero» que pro clama un Mensaje que, en última instancia, no es suyo, sino de Cristo. Es la «boca de Dios», pero, el que pensó la palabra que él pronun cia, es Dios. El predicador no es un doctrinario, un filósofo, ni si quiera un pensador religioso que habla desde su experiencia espiritual propia. No es un hombre que haya reflexionado él sobre el origen y destino final del hombre, sobre el sentido de la vida y haya llegado a determinadas conclusiones. Su doctrina no es suya, sino de Aquél que le ha enviado. Es un administrador de un Mensaje, que no ha brotado de la riqueza de su espíritu, sino de las profundidades del corazón de Dios. Ahora bien, lo que en los dispensadores se busca es que sean fieles (1 Cor. 2, 4). Por consiguiente, lo primero que ha de exigirse al predicador del siglo X X lo mismo que su colega del siglo X III, ha de ser: Fidelidad al Mensaje. Para hablar o callar sobre el infierno, no vamos a seguir nuestro criterio. Aún después de una larga reflexión teológico-kerig- mática sobre el tema del infierno, lo que se ha de predicar hay que decidirlo con mentalidad y espíritu de «dispensador fiel». Con esta única y exclusiva intención de ser «fiel al Mensaje», es como el pre dicador ha de resolver los problemas pastorales que se agolpan en su mente: Predicar o silenciar el tema; darle ésta o la otra orien tación; encuadrarlo de esta o de esta otra manera en el conjunto del Mensaje total del Nuevo Testamento; insistir en este o en el otro aspecto de la verdad. Ninguna de estas preguntas tiene solución adecuada si el predicador no se pone como norma suprema la fid e lidad a la misión que Cristo le ha confiado. Mientras se mantenga «fiel» de verdad, el Pregonero de la Palabra no tiene que dar importancia primaria a ningún criterio humano: el disgusto de los oyentes; la reacción desfavorable del espíritu humano; el miedo a herir la sensibilidad; el éxito inmediato; la satisfacción humana de una sementera que quisiéramos segar apenas hemos terminado la labor de siembra... Al lado de la fidelidad y como consecuencia de la misma misión divina el predicador tiene que anunciar el tema del infierno con
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