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23 E L DOGMA DEL IN F IE R N O EN LA CURA DE ALMAS continuado morir que es la existencia humana terrenal. Todo parece aconsejar una extremada sobriedad y brevedad al exponer el dogma del infierno. En caso de que no se quiera ser extremista y, sin ne­ garlo como tesis, habría que eliminarlo prácticamente en la cura de almas, o recurrir a él sólo incidentalmente y como de paso. Sin ulterior comentario, sin necesidad de entrar en una refutación detallada, de las objeciones propuestas, el lector avisado se da ya cuenta de las lacras que puede tener esta mentalidad y sensibilidad de nuestros contemporáneos. Tiene sus aspectos positivos que se pueden y se deben tener en cuenta; pero las deficiencias y taras son notables. Se trata de una sensibilidad de hombres que individual y colectivamente están en un ambiente de pecado, apartamiento de Dios más o menos lejano; limitados en sus apreciaciones de hombres «viadores». A estos hombres hay que dirigirles un Mensaje, pero no el que parece exigir su espíritu, sino el que Dios quiere que se les dirija y en la forma que El lo quiere. 3.— Cómo ordenar nuestra predicación sobre el infierno. En los dos últimos apartados hemos estudiado, primero la norma objetiva, universal y eterna de la predicación sobre el infierno: El Nuevo Testamento, que nos dice que hay que predicar, la importancia del tema y — en lo esencial— la forma de presentarlo ante los hom­ bres. Luego vimos la «circunstancia vital», el campo humano donde — aquí y ahora— , hay que sembrar la Palabra de Dios. El sabio agri­ cultor estudia las propiedades de la semilla, pero también las pro­ piedades de la tierra donde ha de ser sembrada. A) El Evangelio y su circunstancia. — Frente a la resistencia que la sensibilidad espiritual del cristiano moderno siente ante el dogma del infierno, es inevitable que el pastor de almas — cuando predica, cuando aconseja, cuando da catequesis— se pregunte: ¿Debo predicar o no debo predicar sobre el tema del infierno? ¿Con qué frecuencia, en qué circunstancias? ¿o debo omitir totalmente, ori­ llarlo sin prestarle atención? El tremendismo con que los predicadores de otras épocas «metían miedo» con el infierno, hay que darlo por pasado. Pero, la actual prevención y ausencia casi sistemática del tema, ¿Está justificada? El fin supremo de toda acción pastoral, de toda predicación es: Glorificación de Dios y la salvación del alma. ¿Cómo se logra mejor ésto: En la exuberancia de temas infernales, o con el silencio sobre «esos temas»? ¿Cómo lograr el justo medio exigido por la regla de fe?

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