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ALEJANDRO DE V ILLA LM ON TE 19 humano; la angustia, la tragedia, la desesperanza y hasta la náusea existencial que le produce el tener que aguantar esta «pasión inútil» que es el vivir terrestre. Tiene un sonido especialmente fatídico para nuestro tiempo aquél verso de Calderón: ” el mayor delito del hombre es haber n a cido...” . Todo ello hace a nuestros contemporáneos extra­ ordinariamente hipersensibles para gemir bajo el peso de la vida. La mayor parte de ellos buscan aturdirse en el vértigo de los placeres, o pretenden hacerse valientes alardeando de impavidez estoica ante lo desesperanzado y absurdo que es el vivir humano. Supongamos que alguno quiere buscar la «salvación» en la reli­ gión, aceptando con mansedumbre su vocación de ser contingente, religado y dependiente de Dios. Aún entonces no encuentra la segu­ ridad completa. Porque, precisamente el hombre que renuncia a este mundo y pone su fe en Dios, es el único que oye que su vida no está nada segura. La felicidad que ansia es problemática, mientras está en el mundo. El sentía esta vida terrenal como un pequeño infierno. Y resulta que ahora se le abren las perspectivas y la posibilidad real de un infierno... eterno. Ya es un trágico destino el ten e r que ser contingentes, limitados, consustancialmente frágiles. Y el cristianis­ mo dice que todavía es posible que el desgarramiento sustancial del ser humano se prolongue por toda una eternidad... ¿No será depri­ mente para el hombre «angustiado» de nuestro siglo exponerle el dogma del infierno, donde la angustia se hace consustancial y eterna? Por otra parte, millones de hombres militantes del comunismo ateo, consideran la idea de Dios atentatoria de la dignidad humana 1S. La religión, se dice, no ha mejorado el trágico destino de la humani­ dad, más bien ha sido el origen de las más grandes tragedias que ha sufrido el hombre en su historia. Fuera del ambiente extrictamente ateo-marxista, muchos otros han recibido el impacto de estas ideas. Están, diríamos, prevenidos contra Dios. Que Dios sea imensamente benévolo y que alivie con todo su poder y sin fatigarse los dolores humanos, podria admitirse. Pero, ¿cómo recibirán estos hombres — llenos de prevenciones contra Dios— la noticia de que hay un infierno eterno en el cual es muy posible que algunos hombres lle­ guen a caer? Estos hombres tan angustiados, tan llenos de prevenciones contra Dios, necesitan estímulos positivos para creer: La alegría de ser hijos de Dios; el Mensaje triunfal de la Resurrección de Cristo; la espe­ ranza de un eterno vivir que les haga olvidar este desesperante y 15. C f. A . de V illa lm o n te , El Dios Viviente, B arcelon a, ed. H erder, 1964, pp. 11-53.

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