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18 E L DOGMA DEL IN F IE R N O EN LA CURA DE ALMAS También podría objetarse que, ante la razón humana, los castigos infernales resultan estériles, sin razón suficiente y degradante por ello para la dignidad humana. La razón es siempre la misma: Porque tales castigos ni pretenden, ni quieren conseguir, ni es posible que consigan la dignificación moral del culpable. Son neta y crudamente «vindicativos». Todos estos razonamientos de nuestros contemporáneos tienen el defecto radical de haber perdido la «visión teológica» del problema del pecado. El pecado, en su sentido riguroso, es un concepto y una realidad teológica, sobrenatural. Por ello sólo desde Dios y a la luz de la fe es plenamente cognoscible y valorable. Ahora bien, en su última instancia el pecado teológico es un misterio. El juicio de valor sobre el pecado sólo lo da acertadamente Dios mismo; porque sólo contra El hemos pecado y en su presencia hemos consumado el mal (Sal. 50, 6). Y Dios ha dicho bien claro el juicio que le merece el pecado humano: La exclusión de la eterna de la compañía de Dios y de su Cristo. El juicio que Dios da sobre la conducta humana es el único exacto y justo, aunque la experiencia sicológica de otro hom­ bre opine lo contrario. Nada, pues de excesivo, en el castigo que Dios impone al pecado mortal. Pero, además, tampoco es estéril. Podría serlo, si es que ello se admite, para una visión y ordenación humana del orden moral, pero no es estéril para el definitivo orden moral que Dios quiere establecer al fin de los tiempos. Porque los condenados al infierno eterno, aún con sus totrturas, están glorificando a Dios desde el abismo oscuro de su eterna desgracia. Que Dios quiera ser glorificado y acepte la glo­ rificación que le resulta de la existencia del infierno, es una afirma­ ción que no sólo no comprendemos, sino que tortura nuestra inte­ ligencia y nuestra natural tendencia a buscar la armonía y equilibrio universal. Los caminos que Dios sigue para buscar su gloria son incomprensibles y desconcertantes para nosotros. Pero, no es éste el único caso. Nos encontramos siempre con la misma tendencia a la reducción: Reducir el número de los que han de condenar, reducción de la si­ tuación desfavorable en que encuentran los condenados y reducción de las torturas a que hayan de ser sometidos. De todas las maneras el predicador de la verdad evangélica no puede ignorar esta «situa­ ción sicológica» en que se encuentran los hombres a quienes él ha de dirigir el Mensaje cristiano, e intimar el juicio de Dios sobre el pecador. D) El in fierno, idea deprim ente. — El hombre de hoy siente en forma extraordinariamente viva la fragilidad y el dolor del vivir

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