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ALEJANDRO DE V ILLA LM ON TE 15 B) La justicia de Dios. — Es conocida la importancia que el binomio misericordia-justicia tiene en toda la historia de salud y en la vida religiosa cristiana. Este binomio expresa, en lenguaje re­ ligioso y devoto, la misma realidad divina que se expresa científica­ mente hablando de la inmanencia y trascendencia del Ser de Dios. Por eso las dificultades que la inteligencia humana encuentra para conciliar Amor de Dios e infierno, vuelven aquí en relación a la misericordia-justicia. Los cristianos de otras épocas parece que encontraban completa­ mente satisfactorio para su «alma cristiana» el que Dios ejerciese su justicia vindicativa castigando con horribles suplicios los pecados y rebeldía de hombres. El Dante refleja la mentalidad de su época al describir su Infierno. Lo mismo los predicadores y escritores «de­ votos» y «edificantes» de la época del barroco n. Se pone en marcha una imponente y macabra milagrería creada artificiosamente por Dios ( !) para castigar a los condenados. Pero el «alma cristiana» de nuestros días quiere ver a su Dios alejado lo más posible del menester de «vengador justiciero» de su honor ultrajado. Cierto que Dios vela celoso por su honor, pero en formas menos dramáticas y espectaculares, y, sobre todo, menos in ­ dignas de su infinita majestad. Muchos cristianos, por lo demás «bue­ nos», creen que faltan al respeto a Dios si afirman que Dios castiga tan horrorosamente a los pecadores. El Dios que mandó perdonar a los enemigos un número ilimitado de veces y sean cuales fueren las ofensas que nos hagan, no quiere perdonar a sus rebeldes du­ rante una eternidad. ¿Es posible que no haya medio — dentro de los infinitos recursos del amor de Dios— para terminar con esta tre­ menda realidad infernal? Sin embargo, también aquí la sensibilidad del cristiano actual es ambivalente. Tiene su parte de inaceptable. El defecto está en que «humaniza» demasiado la justicia de Dios. El amor humano puede perdonar siempre e indefectiblemente, sin comprometer su dignidad; pero, Dios y sólo Dios puede castigar por una eternidad sin com­ prometer su dignidad divina. Porque Dios es Santo, Señor infinita­ mente trascendente al pensar, querer y sentir humanos, Misterio inaccesible. Con todo, las reclamaciones que se hacen contra la ima­ gen popular de un Dios Verdugo (como diría Celso) son legítimas, según dijimos y volveremos a ver. Toda la milagrería de la literatura 13. P o r ej., C . Rosignoli, Verdades eternas, B a rcelon a 1892, pp. 135-180; I. E. Nieremberg, Diferencia entre lo temporal y lo eterno, B a rcelon a 1802, pp. 170-319.

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