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14 E L DOGMA DEL IN F IE R N O EN LA CURA DE ALMAS Desde el siglo x i i i en la piedad cristiana, en la pastoral y en la teología se van abriendo otras perspectivas más universales. La «re­ forma» protestante signiñca un retorno al más crudo «medievalismo», en esto como en otros puntos. Pero, en el campo católico sigue avan­ zando la idea de una voluntad salvífica de Dios cada vez más uni­ versal y más sincera. Tanto la teología científica como la práctica pastoral se esfuerza en señalar las inagotables posibilidades de sal­ vación que Dios ofrece a todos los hombres, incluso a los no-cris­ tianos, por caminos misteriosos que nuestra corta teología de «via­ dores» no puede controlar. Todo ello supone una delicada forma de glorificar el amor gra­ cioso del Padre y el sacrificio redentor de Jesucristo. No es preciso meterse en la impertinente cuestión de si los que se salvan son más que los que se condenan. Lo que sí parece intolerable es querer poner límites «humanos» a las infinitas posibilidades que el amor de Dios tiene para salvar a los hombres. Nos ha revelado algunas y otras no las sabemos, ni tiene Dios pensado revelárnoslas. Sin embargo, esta voluntad salvífica y esta intención de glorificar al Redentor universalísimo, tiene que ser entendida en la «analogía de la fe». Como diría San Buenaventura del amor salvífico de Dios hay que pensar «piadosamente» que quiere extenderse a todos. Pero también «altamente», es decir, que lo hace sin perder su categoría y exigencias «señoriales», sin perder la trascendencia infinita que le es propia. Y así, el cristiano moderno se equivoca pensando que, por una especie de «amorosa exigencia» intima, Dios Padre no podrá menos de salvar — en última instancia— , a todos los hombres. O que tal vez Dios, a pesar de las palabras del Nuevo Testamento, no ha querido decir todavía «su último secreto». Como si fuese posible que se reajuste en otro «tiempo de salud» lo que en el presente «tiempo» quedó sustancialmente deficiente ante el juicio de Dios. Dios es amor caritativo, liberal y paternal; pero también amor santo, exigente y señorial. La mentalidad del cristiano moderno quie­ re conocer sólo la primera serie de propiedades del Dios-Amor, las que descubren la inmanencia del Ser divino; pero, parece olvidar las propiedades de la segunda serie, las que resultan su transcen­ dencia. Con ello el Ser divino quedaría «desendiosado», rebajado de su categoría «divina». Así, pues, las observaciones que el cristiano moderno hace sobre la voluntad divina salvífica ’’universal” , no han de admitirse en forma incontrolada, hasta hacer peligrar la posibi­ lidad real de que algúno o muchos hombres viadores caigan en el infierno eterno.

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