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A LEJANDRO DE V ILLA LM ON TE 1 3 Juez Supremo no podría tener procedimientos muy distintos: Mien­ tras la tortura cayese sobre un auténtico criminal o pecador, toda clase de tormentos les parecía bien empleada. En cuanto al número de condenados no sentían necesidad senti­ mental ninguna de reducirlo y la teología popular los aumentaba sin límites y sin mayor inquietud. Tenemos que reconocer que sobre todos estos temas la sensibilidad común del hombre actual ha cambiado notablemente, tanto en sus aspectos humanos, como referidos a las realidades sobrenaturales y a Dios mismo. Dentro de este complejo de ideas y sentimientos, aspiraciones y repulsas que llamamos «sensibilidad moderna», hay su parte lumi­ nosa y su parte oscura. Muchos de sus postulados son auténticas exigencias, derechos y rectificaciones necesarias o convenientes; pero, también tiene esta sensibilidad sus taras, sus inquietudes injustifica­ das, sus esperanzas fútiles ante el dictamen de la recta razón ilus­ trada por la luz de la fe. Vamos a examinar el pro y el contra de esta sensibilidad contemporánea en varios puntos importantes y ca­ racterísticos dentro del conjunto de problemas que implica el dogma del infierno eterno. A) La voluntad salvífica universal. — Es éste uno de los dogmas donde mejor se aprecia la diferente mentalidad del cristiano de nuestros días con relación al cristiano de hace siglos. En la edad media predominó una idea muy restringida y pesimista sobre la voluntad salvífica de Dios, al menos hasta el siglo trece. Entre la gran mayoría de los teólogos y en el catolicismo popular dominaba la concepción ham artiocén trica de San Agustín. Según la conocida teoría agustiniana, el pecado original significa una quiebra sustancial en el plan divino de salvación. Con el pecado original la humanidad entera se convierte en «masa de perdición» = «massa damnata», que iba rodando a través del acontecer histórico hacia el abismo del infierno i2. La infinita misericordia de Dios «elige» de aquella masa de perdición a algunos pocos para la eterna gloria. Flotaba en el ambiente la convicción de que, exceptuados estos pocos «graciosamente elegidos», la inmensa mayoría de los hombres cami­ naban hacia la eterna condenación, por justo juicio de Dios dictado sobre el pecado original de la naturaleza humana. 12 . «I ta ergo res se h a b e b a t: Iaceb a t in m alis vel etiam v olvebatu r et de m alis in m a la p ra ecip ita batu r totiu s generis h um a n i m assa d a m n a ta ; et ad iu n cta p arti eorum qui p ecca v era n t an gelorum , lu eb at im piae d esertionis dignissim as p oenas». E nchiridium , cap. 27. ML. 40, 245.

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