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12 E L DOGMA DEL IN F IE R N O E N LA CURA DE ALMAS Podemos estar seguros de que el tema del infierno no gustó nunca a los hombres, cristianos o no cristianos. No creamos que los hombres medievales eran' tan rudos que les gustase oir hablar del infierno. Sin embargo, el cambio de sensibilidad también es manifiesto. Los hombres de pasadas centurias veían con relativa «normalidad» el que los pecadores empedernidos fuesen castigados al infierno. Un hombre tan dulce y amante de los hombres como Francisco de Asís daba gracias a Dios y se sentía estimulado a alabarle porque había de venir a condenar al infierno a los hombres que no quisieron hacer penitencia n. Su inmenso amor a Dios y a sus hermanos se armoni zaba en él con la alabanza a Cristo en su misterio de Juez y casti gador de los malos. Por otra parte, no sólo veían bien la existencia del infierno, tam bién toleraban con relativa calma las descripciones más horripilantes de las penas a que eran sometidos los condenados. Todo esto les daba miedo y angustia, como es natural, pero no les era ocasión para sublevarse contra Dios, ni siquiera para sentirse descontentos con la idea del infierno. Su fe en la bondad de Dios era tan honda y segura, su concepto de la santidad y justicia divinas era tan exi gente, y estaban tan angustiados por la conciencia de la gravedad el pecado, que veían normal el que Dios castigase el pecado humano con el infierno eterno. Además de las ideas teológicas más hondas y mejor sentidas, al menos colectivamente, pudieron contribuir otros factores humanos. Porque, Dios creó la objetiva realidad del ser humano «a su imagen y semejanza»; pero la idea humana de Dios la forma el hombre a imagen y semejanza, propia, proyectando hacia Dios lo más noble que encuentra en el espíritu humano; pero, sin poder salir, al fin, del «modo humano». Pues bien, en épocas pasadas tenía vigencia social un concepto más exigente de la justicia vindicativa y prácticas más duras sobre el castigo del delincuente. Los castigos más duros eran aplicados a diario por faltas muy corrientes. La tortura era procedimiento normal de represión. La vida alegre de los castillos se desarrollaba sobre las mazmorras donde gemían los «condenados» de la justicia humana. Estas formas duras de represión se creían indispensables para mantener el orden y protejer la justicia y los derechos. El orden universal establecido por Dios y tutelado por el 11. «T e dam os gracias p orqu e ese m ism o H ijo tu yo h a de ven ir lu eg o en la gloria de su m ajestad a lan zar en el fu eg o etern o a todos los m alditos que n o h icieron pen iten cia y n o te con ocieron ». Regla 1.'. cap. X X I I I . Cf. Escritos com pletos de San Francisco de Asis y biografías de su época, ed. B. A. C., M adrid, 1945, pp. 22.
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