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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 223 pasa a segundo plano, pero no es así. La primera petición del Padre­ nuestro dice «Santificado sea tu nombre ». En forma solemne llama Jesús a su Padre «Padre Santo» (Jn. 17, 11). Pero sobre todo el N. Testam ento está lleno de la presencia del Espíritu Santo. Este «espí­ ritu Santo » es con más frecuencia la Divinidad San ta, el Santo, D o s como Santo. La difusión del Espíritu en el N. Testam ento es la d ifu ­ sión de la Santidad divina de la Trinidad entera, pues la Santidad que da el Espíritu, es la que recibe del Padre y del H ijo, Espíritu Santo es «Espíritu Divino », ya sea en form a personal, ya en forma común al Ser de Dios. La Santidad es la actitud de Dios que penetra cualquier otro atri­ buto y le da su sentido divino. Siempre hay que tener a la vista la Santidad cuando se quiera comprender cualquier otra actitud de Dios hacia el hombre. La Santidad es el a lm a de toda otra propiedad que la Biblia nos revela sobre Dios. No hay que concebir la santidad, p r i­ meramente, en el sentido moral corriente; es ante todo una cate­ goría ontològica del Ser divino. Y ya en el m ismo orden ontològico no es una propiedad entre o tra s: es m ás bien aquello que hace que Dios sea Dios. Por eso la Santidad deja su impronta en todo lo que Dios obra. Es, diríamos, el matiz divino que revisten todas las otras actitudes, propiedades y actividades de Dios. En su origen y uso bí­ blico «santo» quiere decir lo «separado», lejano, lo que es totalmen te distinto, mayor e inaccesible. Como concepto específico quiere decirse que Dios «Santo» está más allá de lo que nosotros sabemos y expe­ rimentamos. Todos los demás dioses de las demás religiones naturales no son el «totalmente O tro», somo lo es el Dios Santo. Son fuerzas de la naturaleza hipostasiadas, como los dioses de las religiones an ti­ guas, o son personificación de las energías y tendencias del espíritu humano. Por ello no logran la auténtica categoría de «Santidad», es decir, de ser el Ser inm ensam ente grandioso, superior a todo lo que se obra en la naturaleza y en la historia. Trasladando este modo de hablar al lenguaje abstracto de la filo­ sofía y teología sistemática podemos decir que en la santidad se ex­ presa la transcendencia infinita de Dios, el Ser subsistente en su infinidad radical. En el lenguaje religioso de la Biblia la Santidad se nos presenta bajo una doble vertien te: Por una parte lo Santo (el Santo, m ejor dicho) es el inm ensam en te lejano, alejado del modo de ser del hombre «polvo y ceniza» ; lleno de m a jestad , inexcrutable, en sus juicios y caminos, para la inteligencia humana. Pero al m ismo tiempo y con igual intensidad el Santo está totalmen te presente, cercano, m ás hondamen te presente a nosotros que nosotros m 'sm os. Es bondad, gracia, salvación para el hombre. Todos estos rasgos se perciben exam inando el contenido de la respuesta hum ana ante el

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