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244 IN F IE R N O , VERDAD «E T E R N A » la tenebrosa oscuridad del infierno nos ayuda a comprender ciertos aspectos, de otro modo inéditos, del ser humano. Sin la realidad del pecado y sin la posibilidad el infierno el hombre se nos queda in - comprendido. Veamos, pues, cómo la profunda oscuridad del infierno, esta posible «situación» hum ana del condenado, nos ayuda a una mejor comprensión teológica del misterio del hombre entero. La base para una concepción teológica del hombre nos la ofrecen aquellas palabras del Génesis que nos hab lan del hombre creado a imagen y sem ejan za de Dios (Gén . 1, 26 s.). Desde aquí comprendemos la realidad del hombre en relación a Dios, en sí m ismo y con relación al cosmos o con jun to de lo seres naturales. Su dignidad de imagen de Dios le perm ite al hombre presentarse ante Dios como ser «responsable», que puede dialogar con Dios. Como consecuencia se siguen las otras propiedades h um ana s: libertad, fa ­ cultad cognoscitiva, espiritualidad, inmortalidad, etc. Todo ello nos indica que el hombre imagen es, antes que nada, un «ser-para -D ios». De aquí deriva toda otra dignidad y toda otra grandeza. Todas estas cualidades del hombre ilustran y nos aclaran su ser de imagen desde el lado positivo, que es el principal. Sin embargo, el infierno nos ilustra la m ism a realidad de la imagen desde un lado negativo : qué es lo que pasa en el hombre cuando deja de ser ya un «ser-pa ra - Dios», en cuanto le es posible. E fectivam ente, por el pecado el hombre destruye, en cuanto puede, la imagen de Dios. Destruida la relación con Dios todas las otra relaciones constitutivas del hombre quedan ro­ ta s: la relación interna consigo m ismo y la relación al cosmos. El infierno, sustancialm ente, consiste en esto : en que Dios permite que se consume y estabilice, por toda la eternidad, la separación de Dios, ta l como el hombre la eligió para sí libremente. Excluido el hom ­ bre por su propio designio de la compañ ía de Dios entra en situación auténticamente in fe rna l: com ienza el eterno morir. Su relación esen­ cial a Dios se le convierte en algo doloroso, en aversión y odio a Dios. Dentro de sí m ismo siente su propia existencia totalm en te desarticu­ lada, en su vida individual y en su relación al pró jim o : los otros se le convierten en infierno. F inalm ente, el orbe terráqueo se pone del lado de Dios para luchar contra los insensatos (Sab. 5,20), toda la naturaleza sensible de la cual el hombre fue constituido rey por obra de Dios, se convierte en objeto de dolor y agente de tortura para el condenado. Un fenómeno teológico sem ejan te lo tenemos en Gén. 3,1 ss., cuan ­ do el Autor sagrado nos describe la entrada del pecado en el mundo y la nueva situación existencial religiosa que el pecado creó en el hombre y para el hom b re... La «situación pecam inosa» en que entra el hombre con todas sus consecuencias, según el Génesis, llega a su

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