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240 IN F IE R N O , VERDAD «E T E R N A » es levantado desde un vivir in frahum ano a la dignidad de h ijo que vive honrado en la casa paterna. Todo pecado mortal merecería, norm alm ente, el infierno, si Dios no lo perdonase. Sin posible exagera­ ción todo pecador perdonado ha sido librado de la muerte eterna que seguramente le venía encima dejado a sus propias fuerzas. Este aspecto de la «gracia del perdón» queda totalm en te oscurecido y desvigorizado si se niega el supuesto, es decir, si se n iega que todo pecado mortal crea la posibilidad real del infierno eterno. Es bien conocido el hecho de que uno de los m ás nobles impulsos para amar a Dios y glorificarle es la convicción de que nos sacó de las tinieblas y nos trajo a ser h ijos de la luz; que éramos vasos de ira y nos agració. Esto no tiene una importancia puramente temporal para el estado de viadores, ni solo para un largo Purgatorio. La profun ­ didad de la misericordia de Dios, la gracia que nos concedió al per­ donarnos, no la llegamos a comprender en su ú ltima profundidad y grandeza sino cuando afirm am os que Dios nos libró de una real y segura «posibilidad» de condenarnos para siempre, de una situación infernal que el pecado mortal había puesto ya en marcha. Junto con la gracia particular que Dios da a cada hombre, también la Econom ía general de la gracia adquiere nuevo valor de seriedad, dignidad, responsabilidad cuando se la considera en relación a la «muerte eterna» de que nos libra. La Iglesia y todo lo que ella con ­ tiene y propone a los hombres como «necesario» para salvarse, queda desposeído de su ú ltima seriedad y responsabilidad cuando se des­ cubre que, en ú ltima instancia, no es tan «necesario» como parece, ya que, aunque no se cumpla ni se tome en serio, la salvación y la vida eterna no peligran. La negación de la posibilidad de condenación bagateliza inevitablemente toda la Econom ía de G racia : Muerte de Cristo, la Iglesia como institución única de Salud y toda otra gracia que en ella se contenga, 4. Infierno y gravedad del pecado. La relación íntima entre el dogma del infierno y la realidad del pecado apenas si será preciso demostrarla. Podemos decir que el peca­ do y el infierno form an una sola figura teológica, lo que llam am os el «misterio de iniquidad», en dos formas comp lementarias de realizarse. El infierno como situación espiritual de un condenado no es más que un pecado «eternizado», y el pecado no es más que la situación in fer­ nal incoada, en estado incompleto y reversible. Desde hace varios lustros se viene hablando de la pérdida del sen­ tido del pecado entre los hombres de hoy. Es tem a muy estudiado por

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