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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 239 bre, o que le perdone el pecado sin auténtica contrición del corazón. Porque Dios aceptó la obediencia de Jesús en la Cruz, por eso manifies­ ta, en form a dramática e inequívoca, que no concederá El el perdón al hombre ni le será gracioso sino después de recibir su obediencia total. Desde la Cruz de Cristo nos dice que no quiere perdonar a n ingún h om ­ bre m ientras éste no se entregue a Dios en amor y obediencia. El misterio de la Cruz dice relación íntim a con el misterio de iniquidad y nos hab la de su posible continuación por toda la eternidad, si la in i­ quidad no desaparece. 3. El infierno y el orden de la gracia. La vida cristiana debe fundarse constantemente sobre sus bases positivas: La idea y le realidad de la Resurrección de Cristo, la filia ­ ción divina que se nos da y se nos man tiene por los sacram en tos; la fe, esperanza y el amor a la Bondad in fin ita de Dios. Pero lo que decía­ mos antes sobre la Gracia increada, Dios, tiene aplicación a la com ­ prensión de la gracia creada. La Caridad paternal de Dios nunca la vemos en su sentido si no adm itimos la posibilidad de que la Santa Ira aparte de Sí al hombre pecador. En forma sim ilar, la gracia que Dios nos da para que vivamos en ella y bajo su impulso, necesitamos verla a la luz del dogma del infierno, para descubrir en ella facetas que, de otra forma, nos quedarían sin comprender en su pleno alcance. Es cualidad esencial de la gracia el ser «gratu ita», totalm en te inde­ bida a la naturaleza hum ana y a las exigencias de su dinam ismo con ­ natural. Indudablemente, la gratuidad de la gracia y la generosa liberalidad divina que nos la da, se nos ofrecen como un valor ina ­ preciable por sus propiedades intrínsecas. Pero la existencia ya real del endurecim iento eterno de los demonios y la posibilidad de que haya también hombres eternamente empedernidos, nos sugiere, en form a dramática e impresionante, este aspecto de la gracia, la gra­ tuidad absoluta con que Dios nos la da al principio y nos la vuelve a dar siempre de nuevo. No hay n inguna necesidad interna n i externa en el Padre celesial que le obligue a ser Gracioso con el hombre. Puede incluso, en un mom ento dado abstenerse de darle más gracia en form a defin itiva. Si no hay posibilidad real de infierno eterno, en ­ tonces el «agraciar» a todos los hombres se convierte en necesidad. Esta m isma idea se ve m ás clara si nos fijam o s en la «gracia del per­ dón» que Dios da al hombre. Parece indudable que la inmensa mayoría de los hombres adultos han pecado gravemente alguna vez y que, por tan to, han necesitado recibir la «gracia del perdón». La in fin ita conmiseración, el favor inconmensurable que Dios hace al h ijo pró­ digo apenas es comprensible sin la ley del contraste. El h ijo pródigo

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