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236 IN F IE R N O , VERDAD «E T E R N A » bres hacia la placidez de la felicidad beatifica. Como si una ley se­ creta se lo ex'giese, o algo le impidiese a Dios comportarse de otra m an era : la ley del Amor. Pero Dios no está determ inado ni siquiera por su propio Amor, siempre lo ejerce en libertad absoluta, positiva y ordenadísima. Dios exige ser visto desde ambas vertien tes: desde el Amor que se difunde y desde el Amor Santo que mantiene su trascendencia para no «degradarse» a Sí m ismo ni perder su ca te­ goría señorial y divina. Un concepto auténticamente religioso y teológico de Dios está do­ m inado por el sentim iento de inm anencia y de trascendencia de lo d'.vino. Dice San Buenaventura que hay que sentir de Dios en forma altísimj y piadosísima. La «piedad» infinita expresa el movim iento de Dios que se nos acerca y la «altura» infinita expresa el movim iento con que Dios, con la m isma intensidad, se distingue totalm en te de nos­ otros o de nuestros modos de ser y sentir c0. F inalm ente, hay que recordar aquí que el m ismo «condenado» no está absolutamente excluido del Amor de Dios. Si se ausentase abso­ lutamente de él el Amor y se m an ifestase sólo la Ira quedaría on to - lógicamente aniquilado. Dios sigue amando el ser natural y las vir­ tualidades naturales del condenado y éste lo sabe, aunque el saber no puede hacerle feliz. Por otra parte, es una idea muy tradicional y cierta que Dios, aun en el infierno no castiga con todo el peso de su rigor sino que siempre es un castigo menor del que merecen. El peso intrínseco del pecado arrastra al hombre a un sufrim iento inmenso, pero Dios lo m itiga en cuanto la naturaleza de las cosas y su propia santa justicia lo permiten. 2. El infierno y el misterio de la Cruz. Al hablar de la Cruz de Cristo nos referimos a toda su obra re­ den tora: su anonadam iento tomando la form a de esclavo, su pre­ dicación y acción mesiánica que cu lm ina en la Cruz y en la Resu ­ rrección. La dificultad que el hombre pueda sentir en armonizar el dogma del infierno con la Caridad del Dios Padre llega a su punto cu lm inante precisamente en torno a la Cruz de Cristo, ya que es en Cristo donde Dios se nos revela como Agape. Sin embargo, también queda desvirtuada en algo sustancial la virtud de la Cruz de Cristo si negamos la posibilidad de que algunos hombres lleguen a conde­ narse. Cuando Dios m an ifestó su Agape en la Cruz de Cristo, no 60. «Fides d ic ta t de D eo esse s e n tie n d um a ltiss im e e t piissim e», Breviloquium I , C E p. 2 ; V . 21a. QQ. disp. de Mysti. Trinitatis, q. 1, a rt. 2, resp. ; V , 55b-56.

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