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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 231 la obra del hombre de tres m aneras: aniquilando al hombre pecador, perdonando su pecado, abandonándolo en el pecado. El primer modo de actuar y de afirm arse el Amor frente al pecado es m etafisicam en te posible; pero está positivamente excluido en la Revelación. Dios se ha decidido libremente a no tomar este cam ino ya que ha hecho al a lm a hum ana inm ortal y además, ha revelado su decisión de conservarla para siempre en la vida eterna o en la muer­ te eterna. La form a más plena de afirmarse el Amor de Dios frente al pe­ cado es el perdonarlo. Es aquí donde el Señorío de D ics sobre la vo­ luntad y sobre todas las energías internas del ser hum ano llega a su m ás esplendorosa e impresionante m an ifestación : « Deus qui omnipo- tentiam tuam parcendo máxime et miserando manifestas», dice la L i­ tu rg ia: el Dios. Señor, Santo, Majestuoso, Omn ipotente m an ifiesta estas sus cualidades sobre todo perdonando a cada pecador y particu ­ larmente perdonando a la humanidad entera en la Cruz de Cristo. Cuando el Amor de Dios perdona se a firm a a Si m ismo simu ltánea ­ mente y con igual identidad como Santo y como Amable, infinitamente lejos e infin itamente cerca de la «obra del hombre», el pecado. Por eso el Amor de Dios logra que el pecador m ismo colabore con El para destruir su «obra»-pecado, por medio de la contrición del corazón, y por la caridad. En su aspecto negativo la contrición es destrucción, negación total de la «obra»pecam inosa; y en cuanto es caridad per­ fecta es afirmación del Ser divino a quien el hombre se entrega, h a ­ ciéndose él m ismo agape bajo el impulso del Agape divino. Queda, finalmente, otra posibilidad: que el Amor deje al hombre en su propio pecado, su jetó al peso de la «obra que él m ismo hizo». San Pablo en Rom . 1, 26 ss., nos hab la dramáticamente de este aban ­ dono de Dios que deja que el hombre se entontezca en sus devaneos. Es el fenómeno religioso tan frecuente en la Biblia de la «dureza del corazón». No sólo como posibilidad, sino como realidad existente hay que afirm ar esta situación de «endurecimiento» en el hombre viador. Un icam ente puede ponerse la p regun ta : ¿Es posible que Dios perm ita el endurecim iento definitivo, «eterno», del pecador? En tal caso ten ­ dríamos que el Amor de Dios acometía con tra el pecado y m an ifestaba su aversión hacia él en una form a m ás laxa, menos fu erte: Abando­ nando al pecador bájo la fuerza del pecado. La consecuencia sería que el pecado destroza el ser del pecado sin consumirlo, en tortura eterna. Por parte de Dios su Amor Santo se a firm a alejándose de esta «obra» contraria a su modo divino de ser. Es lo que hemos llamado la Ira San ta de Dios. La posibilidad de que Dios tome esta actitud es innegable, si no queremos negar la libertad de Dios y su m ism a realidad como Amor

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