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230 IN F IE R N O , VERDAD «E T E R N A » La existencia de la San ta Ira de Dios quiere decir que Dios toma su Ser-D ios con infinita seriedad, si podemos hab lar a s í: «De Dios n a ­ die se ríe» (G a l. 6,7). Si no fuese así, es decir, si Dios no tomase en serio su propio ser, todo carecería de seriedad e importancia auténtica. Anteriormente hicimos alusión a que la ira de Dios es una grandeza escatológica que se m an ifestará al fin del tiempo este. De nuevo in ­ sistimos en que no hay que tom ar la ira de Dios como actitud exis­ tente desde la eternidad en el Corazón de Dios al lado de su Amor. La ira de Dios resulta sólo un «hecho» que acontece fuera de Dios m is­ m o : el pecado y la rebeldía del hombre que subsiste el día del juicio. Ante este «hecho» el Amor afirm a que El lo detesta ; y lo a firm a de­ jando que el pecador siga en la obra que empezó: alejarse del Amor, lo cual traerá la destrucción de su ser, la muerte «eterna». Este es el «juicio de Dios» de que nos hab la con tan ta insistencia el N. Testa ­ mento, en donde la ira de Dios tiene su lugar propio (M t. 25 ss. 3, 36). Como hemos de comentar, el infierno lo hace el Amor, pero el Amor cuando es Ira de Dios que abandona, que ya no quiere ser por más tiempo Gracia. Como conclusión volvemos a inculcar la m ism a idea de las pá ­ ginas anteriores: El Amor de Dios es necesariamente Gracia, pero también Santidad , y libertad señorial; es difusión bondadosa, pero también puede ser abandono, porque el Padre es Señor de su Gracia. El Amor puede libremente ponerse un lím ite a Sí mismo. 5. ¿Hay una posibilidad interna para el infierno? Un icam ente ahora que hemos estudiado en su plen itud evangélica el concepto de D ios-Am or, es cuando podemos cumplir el consejo de San Buenaventura de estudiar esta realidad teológica, el infierno, desde Dios, como verdad sobre Dios, según el sentido de Dios y para gloria de Dios. Para estudiar el problema del infierno hemos partido del concepto evangélico de Dios Amor, Dios «Padre que está en los cielos». En este caso la «posibilidad» de que pueda darse una situación en que Dios se decida, si quiere hacerlo, a interrumpir su graciosa comunicación con el hombre en el m om en to en que quiera, es algo imposible de negar. El ponerse en comunicación graciosa con el hombre es iniciativa exclusiva de Dios. Supongamos que el hombre, en el desarrollo de su libertad, niega los derechos inalienables de la Santidad y Señorío de Dios. Necesariamente el Amor tiene que reaccionar — hablemos así— destruyendo esta «obra del hombre». Que sepamos, Dios puede destruir

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