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226 IN F IE R N O , VERDAD «E T E R N A » m ente benigna, impersonal, sen tim en ta l; llena de flojedad y ordi­ nariez. El Padre-D ios es símbolo del Dios que da la vida al hombre en la creación, el que da la gracia y la vida eterna, el que da el perdón en Jesucristo. Pero la imagen popular del padre, aun entre algunos cristianos, olvida que Dios es Señor con la m ism a intensidad que es Padre. Si se olvida esta otra vertiente del Padre celestial, entonces Dios se convierte en un Padre amigable, íntim am en te «fam iliar» que llena incondicionalmente todas las peticiones de los hombres y que todo, todo lo perdona en ú ltima instancia. Pero Dios no es el padre fam iliar y bonachón que ama a los n iños con amor sen tim en ta l y que perdona incondicionalmente. Dios es el Padre que am a con un amor «esencial», cargado de seriedad, de respeto hacia la dignidad suya y del hombre, de responsabilidad ante su propio Ser y ante el orden universal que en El se realiza. Según frase que repite con frecuencia Escoto «.Deas est ordinatissime volens ». Nunca ama n i per­ dona sin realizar un juicio, un orden y una responsabilidad personal, que sea afirmación de si m ismo como Amor santo, señorial. Induda­ blemente, si Dios se revelase exclusivamente como Señor apenas po­ dría suscitar entre los hombres más que el temor, el disgusto ante la m a jestad hiriente, la rebeldía; podría obtener de los hombres un fatigado y resentido sometim iento, pero nunca la entrega digna y libre del amor. Pero un Dios que es presentado en form a unilateral como Padre, provocaría una veneración que fácilm en te se trasform a en deseo de independencia, un agradecim iento que se convierte en in ­ diferencia cansada, un amor sen tim en tal que llevaría al poco aprecio, y una confianza insustancial que term ina en el desengaño, porque espera con demasiada alegría y poca responsabilidad. Este aspecto «señorial» que pone en Dios exigencia, autoridad, intransigencia ante el pecado, distancia infinita del pensar y sentir humano, nos lo hace recordar Jesús cada día en el Padre nuestro. Siempre tenemos que adorar a Dios como al «Padre que está en los cielos », al Padre-Señor. En efecto, la fórmu la de Jesús en la oración dom inical y en todo el Evangelio sugiere esta idea del «Padre de inm ensa m a jestad », como dice el Tedeum . Por eso tiene que ser santificado, tiene que venir a reinar como Señor, tiene que hacerse su voluntad así en la tierra como en el cielo. Como toda idea au tén ­ ticam ente religiosa sobre Dios, también esta del «Padre» está llena del doble movim ien to de «inm anencia-transcendencia», «presencia-le­ jan ía », «comunicación y exigencia». Dios es Padre en los cielos, no el padre o la madre que el niño encuentra y valora según sus pe­ queños alcances. Quiere decir Jesús que el Padre está sobre todo lo hum ano y terrenal: Padre trascendente, grandioso, Santo, Señor. A n

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