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M AR CO M A R CH E SA N a la sublimación no por el valor de la acción en sí m isma, sino sólo para servirse de ella como repliegue, a fin de evitar la situación de remoción, represión, comprensión y diversas situaciones de con­ flicto y traum a psíquico. Esto no disminuye, ciertamente, la estatura cien tífica y los m é ­ ritos de Freud. Sus interpretaciones, m ás o menos aludidas arriba, son dignas de ser consideradas en su objetividad — fuera de la in ­ tención del autor— como una vigorosa y algo desmesurada protesta contra los métodos educativos formalísticos, imperiosos e irracio­ nales y, por tan to, provocadores de traumas. Tales métodos eran usuales en su tiempo y todavía algo en el nuestro. Aunque la protesta de Freud fuese excesiva para tal propósito, sin embargo, logra el carácter de una advertencia previa; si bien h a provocado un eco insuficiente a causa de la inmadurez de los tiempos. Por otra parte, esa m isma inmadurez hace que ciertos as­ pectos de la teoría sean criticables. Volviendo al artículo de Ancona, no podemos menos de poner de relieve cómo tan to del contexto como de la bibliografía, resultan descuidadas ciertas garantías de adaptación que también, sobre todo después de las advertencias de Pío X I I , deberían haberse te ­ n ido en cuenta por parte de un profesor de la Universidad Cató­ lica de M ilán . Nuestro Instituto ya las hab ía estudiado incluso antes de las advertencias del Papa. No podemos tampoco suscribir la afirm ación conten ida en la conclusión, de que la dimensión religiosa no sea experimentable psi­ cológicamente. Los métodos h asta ahora en curso en la psicología experimental son, por cierto, inadecuados. A menos de querer hacer el oficio de profeta, abdicando el oficio de investigador científico, n o se puede excluir, en absoluto, la posibilidad de estructurar un método para comprobar las características comportamentales emo­ tivas, afectivas, conscientes o subconscientes que nos perm itan va ­ lorar las disposiciones psicológicas a la religiosidad. Más aún, en nuestro Instituto, a base de experimentos realizados incluso en ambientes religiosos de seriedad y objetividad máxim a, estamos en posesión de un método que, como se deduce de los resul­ tados de las aplicaciones individuales, describe con abundancia de detalles la disposición a la religiosidad en cada uno de los su jetos sometidos a examen. Por tan to, la afirmación de que la dimensión relgiosa no es psicológicamente experimentable, carece de valor científico. Primero porque se mete a profetizar sobre el desarrollo ulterior, progresivo, de la ciencia; pero, sobre todo, porque tal afir­ mación es fruto de una insuficiente información sobre la situación actual de la m ism a ciencia. Prof. M arco M archesan , Director del Istituto di Indagini Psicologiche, de Milán. Presidente de la Sociedad Interna­ cional de Psicología, de la Escritura.

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