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M ARCO M A R CH E SA N 9 7 Los casos estudiados y su inconfundible carácter de perversión. Debemos subrayar que ya el título m ismo del artículo «In ter­ pretación clínica del comportam iento religioso», está viciado de un error de lógica. Si el autor considera el sentim iento religioso como objeto de examen clínico, y a viene a considerarlo como una en fer­ medad psicológica y en tal caso — y si se quiere ser coherente— ha de encontrarse fuera de lugar en una Universidad fundada y sos­ ten ida por el sen tim ien to religioso, es decir, por personas que, según el título del artículo, estarían afectadas de una enfermedad mental. Evidentemente, el título contiene un lapsus. Tal vez sera más exacto decir que hay aquí una confusión de conceptos, confusión que a fecta al objeto m ismo que es exam inado. De hecho, leyendo el artículo, se encuentra la narración de algunos casos comporta- mentales. Pero, se ve claramente que el de los sujetos exam inados no es un comportam iento religioso, sino una perversión de la reli­ giosidad. El cuadro comportamental de estos sujetos tiene que ver con el auténtico comportam iento religioso tanto como la leche maleada con la leche n o rm a l; como la convivencia de mu jeres lésbicas o de pederastas tiene que ver con el matrimon io. El vendedor sabe que la leche m a leada no es la leche que pide el cliente. Un psicólogo se da cuen ta fácilmen te de que el comportam iento de los perver­ tidos religiosos no puede equivaler al de las personas de religiosidad normal. Aducimos aquí algunos de los casos referidos y estudiados por Ancona, a fin de que el lector se dé cuenta de lo absurdo que re­ su lta clasificarlos en el cuadro del comportam iento religioso. «Un paciente laico, pero consagrado a Dios, se había encontrado con una m u jer joven en situación psicológica sim ilar a la de él. Así le fue posible lograr un trato de intim idad física llevada hasta la unión sexual. Para alejar la idea de que estos fuesen actos real­ mente sexuales, le bastaba al su jeto el hecho de que nunca se llegaba al orgasmo completo. Al preguntarle si, de todas maneras, estas acciones n o eran un flagran te quebrantam iento del voto de castidad, declaró dicho su jeto que más bien se trataba de una man ifestación de elevado a fecto hacia su comparte y que esto caía dentro del es­ píritu evangélico del amor mutuo y que, por consiguiente, acercaba a D ios». O tro caso : «Un pacien te ... man ifestó su convicción de que, para ser plenam ente acepto a Dios, debía conservarse sin pecado, es decir, «sano». Preguntado qué quería decir eso de «sano», respondió: «sin mutilación de n inguna parte». El m ismo, médico y de buena prác

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