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S A N T IA G O DE LA CORUÑA 89 tervención del Espíritu Santo no se ha de lim itar a ese conocim iento experimental. Desde el Pseudo-D ionisio, que hab la mucho de lo místico en el sentido restringido de contemplación in fusa, los escritores espiritua­ les lo han venido empleando en acepciones más o menos exclusivas, refiriéndolo a tal o cual operación atribuida al Espíritu Santo, cuya dependencia resultaba para nosotros más sensible. Por supuesto, son los fenómenos donde se constata más fácilmen te la intervención divina. Desde el siglo x iv autores espirituales como Ruysbroeck, Taulero, Harp, Suso, e t c ..., describen con preferencia las últimas etapas de la vida interior como propias de la m ística. En España, sobre todo, se m an ifiesta durante el siglo xv i una gran floración de santos entre los que descuellan San Juan de la Cruz y San ta Teresa, que nos dejan por escrito sus experiencias personales. Es así cómo va aso­ ciándose en la mente de todos la idea de lo extraordinario con lo m ístico. Desde luego, esos fenómenos extraordinarios, carismáticos, son místicos, pero, ¿constituyen la esencia de la m ística? Por otra parte es curioso notar cómo en estos siglos se va for­ mando y constituyendo en ciencia autónoma la Teología Espiritual, que recibe casi siempre el nombre de Teología M istica, aún inclu­ yendo los períodos corrientemente llamados ascéticos. Actualm en te se agrupan los pareceres en dos sentencias. Una mantiene una distinción neta entre lo ascético y lo místico, consi­ derándolos como dos vías paralelas para llegar a la santidad. Lo m ístico sería un cam ino especial, privilegio de algunos pocos, en el que resalta la intervención divina. Lo ascético sería el cam ino nor­ mal, en el que predom ina el esfuerzo humano. (Pero, ¿es que en la obra de la santificación puede prevalecer el esfuerzo humano?). La o tra sen tencia no adm ite m ás que una única vía, norm al para todos. La m ística es el desarrollo último de la gracia, el corona­ m iento. Esta sentencia ha elim inado la idea de lo extraordinario como constitutivo esencial de la m ística, y ha reducido la cuestión al cauce de la gracia santificante. Toda la dificultad está en ponerse de acuerdo sobre el concepto de m ística. Con un concepto único, se elim inarían muchas cuestio­ nes. Si tratáram os de aplicar a esta controversia la noción que se encierra en la Mystici Corporis, tendríamos quizás otro panorama. Por de pronto lo místico no sería una etapa o un período de la vida espiritual. Sería un aspecto, el fundam en tal, de toda vida so­ brenatural. No se daría un solo acto saludable que no fuera místico. Lo m ístico sería lo que constituiría una acción hum ana en saludable para la vida eterna.

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