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C A R L O S DE V IL L A P A D IE R N A 7 9 Por ello nos atrevemos a venturar una nueva explicación: Estos dos versículos 16-17 serían una metáfora, una comparación implícita que sirve para hacer más inteligible y confirmar la de­ mostración. La m etá fo ra es sugerida por la m isma ambivalencia de «diatheque» y el térm ino «kleronom ía», herencia, bienes adquiridos con la muerte. Los bienes derivados del sacrificio del mediador tienen razón de herencia, porque son conseguidos con la m u erte; sin la muerte, la eficacia de su mediación no existiría. Esta unión entre posesión de la herencia prometida y muerte del mediador le evoca al autor de Hebreos una comparación tomada del ambiente jurídico, que sirve muy bien para hacer más comprensible y tangible la necesidad de la muerte de Cristo. Así como un testam en to presupone la muerte del testador, para entrar en la posesión de la herencia, del mismo modo la nueva econom ía implica la muerte del mediador, para par­ ticipar de los bienes prometidos a su acción sacerdotal y sacrificial. El precedente de G á la ta s 3, 15 “ , donde a la promesa hecha por Dios a Abraham se le llam a «testamento» tampoco nos forzaría a adm itir el sentido religioso de testamento en este lugar de Hebreos. De todo el contexto se deduce que Pablo no in ten ta demostrar que la promesa sea un testamento, sino que la promesa es firme e irre­ vocable como un testamento. Es decir, la alianza de Dios con Abra­ h am es aquí comparada (no identificada) con un testam en to que nadie puede anular. De idéntico modo en Hebreos (9, 16-17) la muerte de Cristo de donde brota la posesión de la herencia, se compara (no identifica) a la muerte del testador, condición necesaria para que el testam ento surta efecto. No es lo m ismo asemejar que identificar. La «diatheque» no tiene el significado de testam en to en sentido religioso, sino en sentido meram ente jurídico. La «diatheque» en la perspectiva mental del autor no es un tes­ tamento, aunque en ella, para recibir las promesas se realice la muerte del mediador como en un testamento se requere la del tes­ tador. 25. «Voy a hablaros, hermanos, a lo humano. El testamento, con ser de hom­ bre, nadie lo anula, nadie lo añade nada. Pues a Abraham y a su descendencia fueron hechas las promesas...»

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