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C A R L O S DE V IL L A P A D IE R N A 67 timo análisis, sobre la eficacia de su sacrificio, del valor incompa­ rable de la sangre del H ijo de Dios, derramada en beneficio de los creyentes (13, 10-14). La originalidad de su sacrificio consiste en la «identidad del o fe ­ rente» y la «ofrenda», del sacerdote y la víctima. La antigua alianza no podía derramar sino sangre de animales, Cristo versa su propia sang re; m ás exactam ente, ofrece su vida a Dios. El valor de la san ­ gre se deriva del valor de la persona que lo derrama (9, 12). Del h e ­ cho de que el H ijo de Dios se ofrece a sí mismo, el valor de la víc­ tim a es tal que este sacrificio no debe ser renovado, pues obtiene una redención eterna. La salvación de la humanidad se obtiene por un sacrificio único, el de Cristo, que no puede morir sino una vez, cuya oblación, pues, tiene un carácter definitivo, implicando un va­ lor in fin ito (7, 27; 9, 14; 10, 10; 10, 12, 14). Tal es la superioridad esencial sobre los sacrificios de expiación de la antigua alianza que debían ser constantemente renovados y «presentados» a Dios (9, 25). El gran sacerdote (9, 11-14) no entraba en el Santo de los Santos sino una vez al año, y aún en esta ocasión, no podía presentarse sino en virtud de la sangre de los m achos cabríos, ofrecidos por los pecados del pueblo (Lv. 16, 15). Pero Cristo (10, 12 -14 ): «Este, habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios, esperando lo que resta hasta que sean puestos sus enem igos por escabel de sus pies. De manera que con sola una oblación perfeccionó para siempre a los santifi­ cados.» Indica, por una parte, la perfección de la obra de Cristo, y por otra, la participación de los creyentes en los frutos de su sacrificio. Mediante el sacrificio de Cristo se perdona el pecado y el hombre en tra en comunicación permanente con Dios (6, 17 -2 0 ; 9, 2 3 ; 10, 19). El hombre adquiere la capacidad de vivir religiosamente, de h a ­ cer de toda su existencia terrestre un culto digno (9, 14) del Dios vivo (8, 1 0 -1 2 ; Rm . 12, 1). Jesús era a la vez sacerdote y víctima, murió y entró en la celes­ tia l presencia para establecer un lazo vital y permanente entre Dios y su pueblo; El abrió el cam ino para llegar a la presencia de Dios y en virtud de su m ismo sacrificio (13, lls s ). Así se convierte en mediador de una alianza nueva (9, 15; 12, 24), definitiva y eterna, en cuanto que con el sacrificio reconcilia para siempre a los hombres con Dios y éstos entran en posesión de la herencia eterna prometida.

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