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66 LA «D IA TH E Q Ü E » E N HBR. 9, 16-17 La epístola a los Hebreos, que tom a del A . Testam en to su con ­ cepto del sacerdocio y de sacrificio, no considera las funciones sa ­ cerdotales en razón de una humanidad inocente rindiendo a Dios un culto meramente latréutico y eucarístico. Considera la liturgia sacrificial casi únicamente en su valor de expiación del pecado. El pecado es la defección de la alianza (Jos. 23, 16; Os. 6, 7 ; 8, 1). El autor de Hebreos insiste en el profundo sentido del pecado como una ruptura de la am istad entre Dios y el hombre. Ahora bien, el sacrificio tiene la fuerza, no solamente de captarse el favor y pro­ tección divinos, sino también de purificar al hombre pecador y ase­ gurar su retorno a la gracia. Ta l es el objeto preponderante de la mediación sacerdotal (10, 11). Ofrece la sangre de las víctimas que sustituyen al culpable, expían su culpa y rescatan su vida. A esto están destinados los sacrificios expiatorios por el pecado (Lv. 4, 1 -3 5 - 36) y por el delito (Lv. 5, 14). De aquí la insistencia de la ep ístola a los Hebreos, excepcional en todo el N. Testam ento, en precisar «th i- sia ypér amartión» (5, 1; 7, 2 7 ; 10, 12) o «peri amartión» (10, 12). Gracias al sacrificio y ministerio del sacerdote, la ruptura ocasio­ nada por el pecado term ina en una reconciliación del hombre con Dios. De hecho, los sacrificios ofrecidos por el sacerdocio levítico con ­ ferían a los israelitas la justicia legal, es decir, los purificaban de las m anchas que los impedían participar en el culto d ivino; pero, a causa de la imperfección de los sacrificadores, de los dones y víc­ tim as, eran incapaces de purificar internamen te y de acercar a Dios (9, 9-10, 1-7, 11). «Pero Cristo, constituido Pontífice de los bienes futuros, en ­ tró una vez para siempre en un tabernáculo m ejor y más per­ fecto, no hecho por manos de hombres, esto es, no de esta crea­ ción ; n i por la sangre de los m achos cabríos y de los becerros, sino por su propia sangre entró una vez en el santuario, rea­ lizada la redención eterna. Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros, y la aspersión de la ceniza de la vaca, santifica a los inmundos y les da la limpieza de la carne, ¡ cuán­ to más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno a sí m is­ mo se ofreció inmaculado a Dios, limpiará nuestra conciencia de las obras muertas, para servir al Dios v ivo !» Este pasaje (9, 11-14) expresa, puede decirse, la quinta esencia de la epístola a los Hebreos: en trada en el verdadero santuario, exce­ lencia del gran sacerdote, eficacia de su sacrificio. Toda la teoría de la alianza y el carácter singular del Mediador descansa, en úl

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