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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 55 m en tó nos convenía saber para trabajar en nuestra santificación. El pudo reservarse otra solución a largo plazo, en su etern idad... Frente a esta objeción debemos decir: Sabemos con seguridad lo que Dios tiene determ inado: la ev i- ternidad absoluta de la condenación para aquellos — pocos o m u chos— que han caído o vayan a caer en ella. Más aún, esta eviter- nidad es tan absoluta que no adm ite posibilidad real-existencial de que Dios vaya a hacer otra cosa. Sólo queda la posibilidad m e ta fí sica antecedente que, sin embargo, sabemos con certeza de fe, que Dios no va a poner en acto. Dios h a revelado a los hombres su úl tim a y definitiva voluntad. El infierno no se acaba. No le queda a Dios otra solución «secreta». Sólo queda el misterio incomprensible de su voluntad. Finalm ente, a los que realmente han caído en el infierno, no hay form a n inguna de incluirlos en la esperanza cristiana. El sentim ien to hum ano desearía y podría sentir satisfacción en que el infierno acabase. Incluso podría sobrenaturalizar este sen tim ien to natural y desear que, term inado el infierno, todas las creaturas racionales vayan a alabar a Dios en el cielo. Pero el cristiano no puede esperar esta liberación. Su deseo no puede apoyarse en el querer de Dios y, por tan to, no puede llegar a ser auténtica esperanza teológica. Es contra la fe el tener miedo o simple duda de que la visión beata se vaya a acabar alguna vez. También es contra la fe la duda o la esperanza de que el infierno se vaya a acabar alguna vez. Los condenados estarán eternamente torturados por la desesperación. Nosotros, fundados en el testimon io de Dios y de su Iglesia, sabe mos, ya desde ahora, que los condenados están eternamente exclui dos de la esperanza y del amor. Ciertos escritores, en nombre de la esperanza cristiana, abrigan la «ilusión» de que Dios tal vez no haya dicho su último secreto sobre tan angustioso problema. Sin embargo, insistim os: es de fe que Dios ha dicho su último secreto sobre la duración del in fierno: es rigurosa mente «eterno». En este punto concreto no hay lugar para la espe ranza teológica, sólo para una ensoñación del sentim iento humano y m ientras se sepa que es «ilusión» y no resulte perjudicial para el espíritu. Es indudable que, hablando del juicio de Dios y la conde nación, h ay campo ilim itado e insospechado para la esperanza cris tia n a ; pero sólo en este sen tido : en que los recursos de su m iseri cordia y de su voluntad salvífica con inagotables en beneficio del hombre viador. El Amor no abandona al Dios Padre n i aún en el momento de ejercer el juicio sobre su creatura. De miles de indi viduos hum anos sabemos, con certeza de fe, que están en la vida eterna con Dios. De nadie h a sido definido que esté en la muerte
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